“Sáname, oh Jehová, y seré sano”. Jeremías 17:14.
“Visto he sus caminos y le sanaré”. Isaías 57:18.
CURAR las enfermedades espirituales es exclusiva prerrogativa de Dios. Las enfermedades corporales pueden ser curadas por medio de la instrumentalidad humana, pero, aun en ese caso, el honor debe darse a Dios, quien confiere virtud a la medicina y da fuerza al cuerpo para expulsar la enfermedad. En cuanto a las enfermedades espirituales, sólo el gran Médico puede curarlas. El reclama esto como su prerrogativa diciendo: “Yo hago morir y yo hago vivir; yo hiero y yo curo”. Uno de los nombres más selectos del Señor es Jehová Rapha, Jehová te sana. “Te sanaré de tus heridas” es una promesa que no podría proceder de los labios del hombre, sino solamente de la boca del eterno Dios. Es por eso que el salmista clama a Dios diciendo: “Sáname, oh Jehová, porque mis huesos están conmovidos”. Y también: “Sana mi alma porque contra ti he pecado”. Es por eso, también, que el piadoso alaba el nombre del Señor diciendo: “El sana todas nuestras dolencias”. El que hizo al hombre puede restablecer al hombre. El que al principio fue el Creador de nuestra especie, puede crearla nuevamente. ¡Qué excelente consuelo nos da el pensar que en la persona de Jesús “habita toda la plenitud de la deidad corporalmente”! Alma mía, este gran Médico puede curarte, sea cual fuere tu enfermedad. Si él es Dios, su poder no puede tener límites. Ven, entonces, con el ojo ciego del entendimiento entenebrecido, ven con el pie cojo de gastadas energías, ven con la mano manca de la débil fe, con la fiebre de un temperamento airado o con el escalofrío del desaliento; ven, en fin, como estás, porque ciertamente Dios te puede restablecer de tu enfermedad. Ninguno podrá impedir la virtud salutífera que procede de Jesús nuestro Señor. Legiones de demonios han tenido que reconocer el poder del amado Médico y él jamás fue resistido. En el pasado todos sus pacientes fueron curados, y lo serán también en lo futuro. Y tú, amigo mío, serás uno entre ellos, si sólo confías en él esta noche.
Charles Haddon Spurgeon.
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