“Alégrate, oh estéril”. Isaías 54:1.
AUNQUE hemos llevado algunos frutos para Cristo y tenemos una jubilosa esperanza de que somos “árboles plantados por su diestra”, sin embargo, hay ocasiones en que nos sentimos muy estériles. La oración no tiene vida, el amor es frío, la fe es débil y cada uno de los dones del jardín de nuestro corazón se agosta y cae. Somos como las flores bajo el fuerte sol, que requieren refrigerio de la lluvia. En tal situación, ¿qué debemos hacer? El texto nos habla a nosotros, que, precisamente, nos hallamos en tal estado: “Alégrate, oh estéril, levanta canción y da voces de júbilo”. Pero, ¿de qué puedo cantar? No puedo referirme al presente, y aun el pasado se presenta lleno de esterilidad. ¡Ah!, puedo cantar de Jesucristo. Puedo hablar de las visitas que el Redentor me hizo en tiempos pasados; y si no puedo exaltar el gran amor con que amó a su pueblo, cuando vino desde lo alto para redimirlo, iré de nuevo a la cruz. Ven, alma mía; muy cargada estabas tú una vez, pero aquí dejaste tu carga. Ve al Calvario otra vez. Quizás aquella misma cruz que te dio vida, te pueda dar fertilidad. ¿Qué es mi esterilidad? Es la plataforma donde se muestra el poder de Dios para producir frutos. ¿Qué es mi desolación? Es el engaste para el zafiro de su eterno amor. Iré con mi pobreza, con mi debilidad y con toda mi vergüenza y mis caídas, y le diré que aún soy su hijo y, confiado en la fidelidad de su corazón, aun yo, el estéril, levantaré canción y daré voces de júbilo. Canta, creyente, porque el canto alegra tu corazón y el corazón de otros afligidos. Sigue cantando, pues ahora que te sientes realmente avergonzado de ser estéril, pronto serás fructífero; ahora que Dios te ha hecho aborrecer el estado infructífero, pronto te cubrirá de racimos. La experiencia de nuestra esterilidad es penosa, pero las manifestaciones del Señor son placenteras. Un sentido de nuestra pobreza nos lleva a Cristo, donde necesitamos estar, pues nuestro fruto se halla en él.
Charles Haddon Spurgeon.
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