Versículo para hoy:

sábado, 28 de mayo de 2016

LECTURAS VESPERTINAS – MAYO 28

“Esto reduciré a mi corazón, por lo cual esperaré”. Lamentaciones 3:21.

LA memoria es frecuentemente la esclava del desaliento. Las mentes desesperadas recuerdan cada uno de los tenebrosos presentimientos del pasado y discurren sobre todo hecho tenebroso del presente. Así la memoria vestida de cilicio presenta a la mente una copa de hiel y ajenjo mezclados. Sin embargo, no hay necesidad de que esto sea así. La sabiduría puede en seguida transformar la memoria en un ángel de consuelo. Que la misma memoria que en su mano izquierda trae tantos presagios lúgubres, pueda ser ejercitada para traer en su mano derecha un caudal de señales de esperanza. No es necesario que la memoria use una corona de hierro; puede ceñir su frente con una cinta de oro, toda adornada de estrellas. Así era la experiencia de Jeremías. En el versículo anterior la memoria lo había llevado a profunda humillación de alma. Dice así: “Tendrálo aún en memoria mi alma, porque en mí está humillada”.Y ahora esa misma memoria lo restaura a la vida y al consuelo. “Esto reduciré a mi corazón, por lo cual esperaré”. Semejante a una espada de dos filos, su memoria mató primero a su orgullo con un filo y, después, mató a su desesperación con el otro. Por regla general, si ejercitáramos nuestras memorias más sabiamente, podríamos prender en nuestras muy amargas aflicciones, un fósforo que encendería instantáneamente la lámpara del consuelo. Dios no necesita crear una nueva cosa en la tierra para devolver gozo a los creyentes. Si ellos removieran con oración las cenizas del pasado, hallarían luz para el presente. Y si volvieran al libro de la verdad y al trono de la gracia, su candela alumbraría como antes. Recordemos la bondad del Señor y repasemos sus proezas de gracia. Abramos el volumen de la memoria que está tan ricamente iluminado con recuerdos de misericordia y, pronto, nos sentiremos felices. Así, la memoria puede ser, como la llamó Coleridge, “La fuente íntima del gozo”; y cuando el Divino Consolador la sujete a su servicio, puede ser, entre los consoladores terrenales, el principal.

Charles Haddon Spurgeon.

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