Versículo para hoy:

jueves, 31 de marzo de 2016

LECTURAS VESPERTINAS – MARZO 31

“Tomando luego Rispa hija de Aja un saco, tendióselo sobre un peñasco, desde el principio de la siega hasta que llovió sobre ellos agua del cielo; y no dejó á ninguna ave del cielo asentarse sobre ellos de día, ni bestias del campo de noche.” 2 Samuel 21:10.

SI el amor de una mujer hacia sus muertos hijos pudo hacer que ella prolongase su triste vigilia por tan grande tiempo, ¿nos cansaremos nosotros de considerar los sufrimientos de nuestro bendito Señor? Ella ahuyentó las aves rapiña. ¿No disiparemos nosotros de nuestras meditaciones los pensamientos mundanos y pecaminosos que manchan nuestras mentes y los sagrados temas en los cuales estamos ocupados? ¡Fuera, pájaros de mal vuelo! ¡Dejad el sacrificio! Rispa soportó sola y sin refugio los calores del verano, el rocío de la noche y las lluvias. El sueño había huido de sus llorosos ojos; su corazón estaba demasiado lleno como para dormitar. ¡Ved cómo amaba a sus hijos! ¡Así soportó Rispa! ¿Y nosotros nos retiraremos ante el primer inconveniente o prueba? ¿Somos tan cobardes que no podemos resignarnos a sufrir con nuestro Señor? Rispa ahuyentó aun a las fieras con un coraje no común en su sexo. ¿Y nosotros no estaremos prontos a hacer frente a cualquier enemigo por amor a Jesús? Estos hijos de Rispa fueron muertos por manos extrañas, sin embargo ella lloró y veló. ¿Qué debemos, pues, hacer nosotros que a causa de nuestros pecados crucificamos a nuestro Señor? Nuestras obligaciones son ilimitadas; nuestro amor debiera ser ferviente y nuestro arrepentimiento completo. Velar con Jesús debiera ser nuestra ocupación, permanecer cerca de la cruz, nuestro solaz. Aquellos horribles cadáveres bien podían espantar a Rispa, especialmente por la noche, pero en nuestro Señor, al pie de cuya cruz estamos sentados, no hay nada repugnante, sino todo es atractivo. Nunca hubo una belleza viviente tan encantadora como la del Salvador agonizante. Jesús, nosotros velaremos contigo aun un poco más, y tú revélate benignamente a nosotros; entonces no nos sentaremos bajo cilicio sino en un regio pabellón.

Charles Haddon Spurgeon.

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