Versículo para hoy:

jueves, 24 de marzo de 2016

LECTURAS VESPERTINAS – MARZO 24

“En aquella misma hora Jesús se alegró en espíritu”. Lucas 10:21.

EL Salvador era “varón de dolores”, pero toda mente que piensa descubre que en lo íntimo de su alma él tenía un inagotable tesoro de gozo refinado y celestial. En la raza humana nunca hubo un hombre que tuviese una paz más profunda, más pura o más permanente que nuestro Señor Jesucristo. “El fue ungido con óleo de alegría más que sus compañeros”. Su benevolencia debe, por la misma naturaleza de las cosas, haberle dado los más profundos deleites posibles, porque la benevolencia es gozo. Hay algunas notables sazones cuando este gozo se manifiesta espontáneamente. “En aquella misma hora Jesús se alegró en espíritu y dijo: Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra”. Cristo tuvo sus cánticos, aunque lo rodeaban tinieblas. Aunque su rostro estaba desfigurado y su semblante había perdido el brillo de la felicidad terrena, sin embargo, algunas veces, al pensar en la “remuneración del galardón”, su rostro se encendía con un incomparable esplendor de satisfacción sin paralelo, y elevaba a Dios su alabanza en medio de la congregación. En esto el Señor Jesús es una bendita representación de su Iglesia en la tierra. En esta hora, la Iglesia espera vivir en simpatía con su Señor a lo largo de un camino espinoso; a través de mucha tribulación está forzando su marcha hacia la corona. Llevar la cruz es su cometido; y ser despreciada y ser considerada extraña por los hijos de su madre es su suerte. Sin embargo, la Iglesia tiene un profundo manantial de gozo, del que ninguno puede beber sino sus propios hijos. Hay depósitos de vino, de aceite y granos ocultos en medio de nuestra Jerusalén, de los cuales los santos de Dios son siempre alimentados y nutridos; y algunas veces, como en el caso de nuestro Salvador, tenemos nuestros tiempos de intenso deleite, porque “del río sus conductos alegrarán la ciudad de Dios”. Aunque estemos exiliados, nos regocijamos en nuestro Rey; sí, en él nos regocijamos grandemente, mientras en su nombre enarbolamos nuestras banderas.

Charles Haddon Spurgeon.

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