“Refugio contra el vengador de la sangre”. Josué 20:3.
SE dice que en la tierra de Canaán las ciudades de refugio estaban distribuidas de tal forma que cualquier persona podía llegar a algunas de ellas en medio día, a lo sumo. Así también la palabra de nuestra salvación está cerca de nosotros. Jesús es un Salvador presente, y el camino que conduce a él es corto. Ese camino no es sólo una renuncia de nuestros méritos y la aceptación de Jesús para que sea nuestro todo en todo. En cuanto a los caminos que conducían a la ciudad de refugio, se nos dice que eran rigurosamente preservados; todos los ríos tenían puentes; todo obstáculo era removido, de suerte que el hombre que huía pudiese hallar fácil camino a la ciudad. Una vez por año los ancianos recorrían los caminos y observaban su estado, de modo que nada pudiese impedir la huida de alguno y, por la demora, fuese eso causa de su captura y de su muerte. ¡Con cuánta bondad las promesas del Evangelio remueven del camino las piedras de tropiezo! Doquiera haya atajos y curvas hay letreros indicadores, con esta inscripción: “A la ciudad de refugio”. Esto es una figura del camino a Jesucristo. Ese camino no es el camino vago de la ley. No es el camino de obedece a esto o aquello o lo de más allá; no, es un camino directo: “Cree y vive”. Es un camino tan tosco que el que confía en su justicia propia no lo puede transitar, pero, por otra parte es tan fácil que cualquier pecador que se reconozca tal puede hallar en él su camino al cielo. No bien el hombre alcanzaba las afueras de la ciudad ya estaba seguro; no era necesario que cruzase las murallas, pues los suburbios mismos eran suficiente protección. Aprende de esto esta verdad: que si tú te prendes de él con “fe como un grano de mostaza”, serás sano. “Un poco de genuina gracia nos asegura la muerte de todos nuestros pecados”. No pierdas tiempo, no demores en el camino porque el vengador de la sangre es ligero de pies; y puede ser que esté pisándote los talones en esta hora tranquila de la noche.
Charles Haddon Spurgeon.
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