Versículo para hoy:

sábado, 20 de febrero de 2016

LECTURAS VESPERTINAS – FEBRERO 20

“Entonces Jesús fue llevado del Espíritu al desierto, para ser tentado del diablo”. Mateo 4:1.

UN carácter santo no impide la tentación, pues Jesús siendo santo fue tentado. Cuando Satanás nos tienta, sus chispas caen sobre la yesca, pero en el caso de Cristo, la tentación fue igual a las chispas que caen sobre las aguas; sin embargo el enemigo continuó su mala obra. Ahora bien, si, a pesar de no tener resultados, el diablo sigue echando fuego, ¡cuánto más lo hará cuando conozca cuán inflamable es la materia de que está hecho nuestro corazón! Aunque el Espíritu Santo te haya santificado por completo, el gran perro del infierno te seguirá ladrando. Hay tentaciones en las guaridas de los hombres, pero también las hay en la soledad. Jesucristo fue llevado de la sociedad humana al desierto y fue tentado por el diablo. La soledad tiene sus encantos y beneficios y puede ser útil para frenar la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida, pero el demonio nos seguirá aun en el más plácido retiro. No supongas que sólo el mundano tiene espantosos pensamientos y blasfemas tentaciones, pues también las personas espirituales sufren lo mismo, y en la posición más santa podemos experimentar la más terrible tentación. La más elevada consagración de espíritu no es una garantía contra la tentación satánica. Cristo estaba consagrado enteramente; su comida y bebida era hacer la voluntad del que lo envió, y, sin embargo, él fue tentado. Tu corazón puede arder con una seráfica llama de amor a Jesús, pero, a pesar de eso, el diablo procurará llevarte a la tibieza de Laodicea. Si tú puedes decirme cuándo Dios permite que el cristiano deponga sus armas, yo te diré cuándo Satanás deja de tentar. Debemos dormir, como los caballeros en tiempo de guerra, con el yelmo y la coraza colocados, pues el archiengañador aprovechará cualquier descuido para hacernos presa suya. El Señor nos guarde vigilantes en todos los tiempos y nos liberte por completo de las mandíbulas del león y de las garras del oso.

Charles Haddon Spurgeon.

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