“Yo deshice como a nube tus rebeliones y como a niebla tus pecados; tórnate a mí porque yo te redimí”. Isaías 44:22.
OBSERVA con atención la instructiva similitud: nuestros pecados son como una nube. Como hay nubes de muchas formas y de variados matices, así acontece también con nuestras transgresiones. Como las nubes obscurecen la luz del sol y ensombrecen el paisaje que está abajo, así nuestros pecados nos ocultan la luz del rostro de Jehová, y nos hacen sentar en sombra de muerte. Los pecados son cosas terrenas y se originan en los lugares cenagosos de nuestra naturaleza; y cuando se amontonan hasta colmar la medida, nos amenazan con tormenta y tempestad. Pero, ¡ay!, a diferencia de las nubes, nuestros pecados no nos dan lluvias beneficiosas, sino más bien nos amenazan con inundarnos en un espantoso diluvio de destrucción. ¡Oh!, negras nubes de pecado, ¿cómo puede haber buen tiempo en nuestra alma mientras vosotras permanecéis?
Miremos con gozo el notable acto de la misericordia divina: “deshice”. Dios mismo aparece en la escena y, con la divina benignidad, en lugar de manifestar su ira, revela su gracia: Él, de una vez y para siempre, elimina el mal, no quitando simplemente la nube, sino deshaciéndola para siempre. Contra el hombre justificado no queda ningún pecado; el gran pacto de la cruz ha quitado de él para siempre sus transgresiones. En la cumbre del Calvario fue realizada por completo la gran obra, por la cual los pecados de todos los elegidos han sido redimidos para siempre.
Llevemos a la práctica la invitación de gracia: “tórnate a mí”. ¿Por qué los pecadores perdonados deben vivir distanciados de su Dios? Si hemos recibido el perdón de todos nuestros pecados, no permitamos que algún temor legal nos impida allegarnos resueltamente al Señor. Que las caídas sean lamentadas, pero no permanezcamos en ellas. Esforcémonos por retornar al Señor, en el poder del Espíritu Santo, para que podamos tener con él la comunión más estrecha posible. ¡Oh, Señor, restáuranos esta noche!
Charles Haddon Spurgeon.
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