Versículo para hoy:

domingo, 13 de diciembre de 2015

EL CRISTIANO Y LA LEY - Dr. Martyn Lloyd-Jones


¿Cuál es la relación del cristiano con la ley?

Se puede responder así. El cristiano ya no está bajo la ley en el sentido de que la ley es un pacto de obras. Este es todo el argumento de Gálatas 3. El cristiano no está bajo la ley en ese sentido; su salvación no depende de que la cumpla. Ha sido liberado de la maldición de la ley; ya no está bajo ella como relación contractual entre él y Dios. Pero esto no lo dispensa de ella como norma de vida. El problema se suscita porque nos confundimos en cuanto a la relación entre ley y gracia. Tendemos a tener una idea equivocada de la ley y a pensar en ella como si fuera algo que se opone a la gracia. Pero no es así. La ley sólo se opone a la gracia, en cuanto que en otro tiempo había un pacto de ley, y ahora estamos bajo un pacto de gracia. Tampoco ha de pensarse que la ley es idéntica a la gracia. Nunca ha sido así. La ley nunca fue para salvar al hombre, porque no podía salvarlo. Algunos piensan que Dios dijo a la nación, 'Os voy a dar una ley; si la cumplís os salvaré.' Esto es ridículo porque nadie puede salvarse con el cumplimiento de la ley. ¡No! la ley se añadió 'a causa de las transgresiones.' Llegó 430 años después de la promesa dada a Abraham y a su descendencia a fin de que pudieran mostrar el verdadero carácter de las exigencias de Dios, y a fin de que 'el pecado llegase a ser sobremanera pecaminoso.' Se dio la ley, en un sentido, a fin de mostrar a los hombres que nunca se podrían justificar por sí mismos delante de Dios, a fin de que pudieran ser conducidos a Cristo. En palabras de Pablo, la ley fue hecha "nuestro ayo, para llevarnos a Cristo".
Ven por tanto, que la ley contiene mucho de profecía, y mucho del evangelio. Está llena de gracia, conduciéndome a Cristo. Ya hemos visto que todos los sacrificios y ceremonial en relación con la ley también tenían el mismo propósito. Con esto los críticos del Antiguo Testamento, quienes dicen que no se interesan por los sacrificios cruentos ni por el ceremonial, quienes afirman que no son más que ritos paganos que emplearon los judíos y otros y que se pueden explicar por tanto en función de religión comparada, con esto esas personas niegan realmente el evangelio de la gracia de Dios en Cristo que nos presenta el Nuevo Testamento. Todos los ritos y ceremonias se los dio Dios a Israel en todos sus detalles. Llamó a Moisés al monte y le dijo, 'Mira y hazlos conforme al modelo que te ha sido mostrado en el monte.'
Debemos caer en la cuenta, por tanto, de que todos estos aspectos de la ley no son sino nuestro ayo para conducirnos a Cristo, y debemos tener cuidado de que no veamos la ley en una forma errónea. La gente también tiene una idea equivocada de la gracia. Piensan que la gracia es algo aparte de la ley. A esto se le llama antinomianismo, la actitud de los que abusan de la doctrina de la gracia para llevar una vida de pecado o de indolencia. Dicen, 'No estoy bajo la ley, sino bajo la gracia, y por tanto no importa lo que haga.' Pablo escribió el capítulo sexto de Romanos para esto: '¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera.' dice Pablo. Esta es una idea errónea y falsa de la gracia. El propósito de la gracia, en un sentido, es sólo capacitarnos para cumplir la ley. En otras palabras. Nuestro problema es que muchas veces tenemos una idea equivocada de la santidad. No hay nada peor que considerar la santidad y la santificación como experiencias que hay que recibir. No; santidad significa ser justo, y ser justo significa cumplir la ley. Por tanto si su llamada gracia (que dicen que han recibido) no los hace cumplir la ley, no la han recibido. Quizá han pasado por una experiencia sicológica, pero no han recibido la gracia de Dios. ¿Qué es la gracia? Es ese don maravilloso de Dios que, habiendo liberado al hombre de la maldición de la ley, lo capacita para cumplirla y para ser justo como Cristo, porque Cristo cumplió la ley a la perfección. Gracia es lo que me lleva a amar a Dios; y si amo a Dios, deseo cumplir sus mandamientos. 'El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama.'
Nunca debemos separar estas dos cosas. La gracia no es sentimiento; la santidad no es una experiencia. Debemos tener esta mente y disposición nuevas que nos conducen a amar la ley y a desear guardarla; y con su poder nos capacita para cumplirla. Por esto nuestro Señor agrega en el versículo 19, 'De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos.' Esto no se dijo sólo a los discípulos para los tres breves años en que iban a estar con Cristo hasta su muerte; es permanente y perpetuo. Lo vuelve a inculcar en Mateo 7, donde dice, 'No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.' ¿Cuál es la voluntad del Padre? Los diez mandamientos y la ley moral. Nunca han sido abrogados. 'Se dio a sí mismo,' escribe Pablo a Tito, 'por nosotros para. . . purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras.' 'Porque os digo,' dice nuestro Señor, como esperamos explicar más adelante, 'que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.'
Este estudio ha sido algo difícil pero, al mismo tiempo, ha versado sobre una verdad gloriosa. Considerando la ley y los profetas y viéndolos cumplidos en El, ¿no han visto un aspecto de la gracia de Cristo que les ha hecho comprenderla mejor? ¿No ven que fue la ley de Dios la que se cumplía en la cruz y que Dios ha castigado su pecado en el cuerpo de Cristo? La doctrina de expiación vicaria subraya que El ha cumplido la ley a plenitud. Se ha sometido a ella absoluta, activa y pasiva, negativa y positivamente.
Todos los símbolos se han cumplido en El. Y lo que todavía queda de la profecía se cumplirá con toda certeza. El efecto de esta obra gloriosa, redentora, es no sólo perdonarnos a nosotros, miserables rebeldes contra Dios, sino hacernos hijos de Dios — los que se deleitan en la ley de Dios, los que de verdad, tienen 'hambre y sed de justicia' y quienes anhelan ser santos, no sólo en el sentido de tener un sentimiento o experiencia maravillosos, sino en el de ansiar vivir como Cristo y ser como El en todos los sentidos.

Fragmento del libro EL SERMON DEL MONTE, Tomo I, Capítulo 18; de Dr. Martin Lloyd-Jones

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