«¿Acaso no quedaron limpios los diez?» preguntó Jesús «¿Dónde están los otros nueve? ¿No hubo ninguno que regresara a dar gloria a Dios, excepto este extranjero?» «Levántate y vete» le dijo al hombre; «tu fe te ha sanado». Lucas 17:17-19
Si buscas en el mundo que te rodea, entre todas las finas especias, te costará trabajo descubrir el incienso de la gratitud. No alabamos al Señor como debiéramos, en toda la proporción y con toda la intensidad que merece. Recibimos un continente de misericordias y solo le devolvemos una isla de alabanza. Cada mañana y cada noche Él nos llena de nuevas y frescas bendiciones; grande es su fidelidad. Y, a pesar de eso, dejamos pasar años y casi nunca dedicamos un día completo a la alabanza. ¡Es triste ver toda la bondad de Dios y toda la ingratitud del hombre!
Lo voy a decir de otra forma para ustedes que son el pueblo de Dios, la mayoría de nosotros oramos más de lo que alabamos. Temo que ores bastante poco, pero la alabanza, ¿dónde está? En nuestros altares familiares solemos orar pero casi nunca alabamos. En nuestra habitación privada oramos con frecuencia pero, ¿alabamos con frecuencia? La oración no es un ejercicio tan divino como lo es la alabanza; la oración es durante un tiempo, pero la alabanza será durante toda la eternidad: Por lo tanto, la alabanza merece el primero y más alto lugar, ¿no crees? Empecemos a dedicarnos a la actividad de los seres celestiales. Un vagabundo puede orar pero será un pobre vagabundo desdichado a menos que exprese su alabanza una vez que reciba la limosna. La alabanza debe seguir de forma natural a la oración e incluso, por la gracia divina, debe ir antes que ella.
A través de la Biblia en un año: Ezequiel 5-8
FUENTE: Charles H. Spurgeon -Tomado del libro “A los Pies del Maestro”, Compilado por Audie G. Lewis.
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