Cada uno tenía un arpa y copas de oro llenas de incienso, que
son las oraciones del pueblo de Dios. Apocalipsis 5:8.
Los hombres «deben orar
siempre, sin desanimarse» (Lucas 18:1). Semana tras semana, mes tras mes, año
tras año, la conversión de aquel hijo amado debe ser el motivo de ruego
constante del padre. Traer a los pies de Cristo a ese esposo inconverso tiene
que ser la constante súplica del corazón de la esposa, día y noche hasta que lo
logre; el hecho de haber estado orando sin éxito aparente durante diez o veinte
años no se debe tomar como una razón para dejar de orar; ella no tiene
autoridad alguna para decirle a Dios cuál es el tiempo ni el momento adecuado,
sino que mientras tenga vida y viva también el objeto de su constante oración,
tiene que continuar insistiendo ante el poderoso Dios de Jacob.
El pastor no debe
buscar una bendición ocasional para su pueblo, y al recibir un poco de ella
dejar de interceder, sino que debe continuar con vehemencia, sin detenerse, sin
disminuir sus energías, con sus ruegos y súplicas, hasta que vea las ventanas
de los cielos abiertas de par en par derramando una bendición demasiado grande
como para albergarla. Sin embargo, ¡cuántas veces pedimos a Dios y no recibimos
porque no esperamos lo suficiente delante de su puerta! Oh, que por gracia
aprendamos a esperar junto al ángel de Dios y nunca, nunca, nunca relajar
nuestras fuerzas, al comprender que no debemos desmayar hasta obtener aquello
por lo cual oramos, porque las almas dependen de ello, la gloria de Dios está
involucrada en esto y el estado de nuestros semejantes está en peligro. No
podemos cesar de orar por nuestras almas ni por las de nuestros seres más
queridos, ni por las almas del resto de los hombres. Tenemos que orar una y
otra vez hasta que obtengamos la respuesta.
A través de la Biblia en un año: Apocalipsis 1-2
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