Y en su nombre se predicarán el arrepentimiento y el perdón de
pecados a todas las naciones, comenzando por Jerusalén. Lucas 24:47.
Me siento feliz de ver
en este versículo la antigua virtud llamada arrepentimiento. Solía predicarse
acerca de esta, pero ya ha pasado de moda. Dicen que hemos malinterpretado su
significado y que esto solo significa un «cambio en la forma de pensar» y nada
más. Me gustaría que los que se consideran tan sabios en su dominio del griego
conocieran un poco más de ese idioma, para que no estuvieran tan prestos a
formular sus aseveraciones infalibles. El arrepentimiento del evangelio es un
cambio muy radical de la manera de pensar, uno que no se realiza en ningún
hombre si no es por la intervención del Espíritu de Dios.
También debemos
predicar los motivos del arrepentimiento, para que los hombres no se
arrepientan solo por el temor al infierno, sino por la misma naturaleza del
pecado. Cuando se ven encarcelados, todos los ladrones lamentan lo que
hicieron; cuando el verdugo se acerca, todos los asesinos lamentan lo que
hicieron. Pero el pecador tiene que arrepentirse, no solo por temor al castigo
que lleva el pecado, sino porque su pecado está en contra de un Dios perdonador,
contra un Salvador que derramó su sangre, contra una ley santa, contra un
tierno evangelio. El verdadero penitente se arrepiente de su pecado contra
Dios, y lo haría aunque no hubiera un castigo.
Debemos hablar de la
fuente del arrepentimiento, que es el Señor Jesucristo otorgando el
arrepentimiento y la remisión de pecados. El arrepentimiento es una planta que
nunca crecerá en el desperdicio de la naturaleza: tiene que ocurrir un cambio
en la naturaleza, el Espíritu Santo es quien implanta el arrepentimiento, de lo
contrario, nunca florecería en nuestros corazones. Si no lo predicamos como un
fruto del Espíritu Santo, cometemos un gran error.
A través de la Biblia en un año: Proverbios 25-27
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