Olviden las cosas de antaño; ya no vivan el pasado. ¡Voy a hacer
algo nuevo! Ya está sucediendo, ¿no se dan cuenta? Estoy abriendo un camino en
el desierto, y ríos en lugares desolados. Isaías 43:18-19.
Es muy posible que,
además de cultivar un deseo vehemente de que la religión se revitalice, podamos
haber estado imaginando una concepción de la forma que debe tomar la visitación
divina. Quizá estés imaginando que Dios va a levantar a un predicador
extraordinario cuyo ministerio atraiga multitudes, y que mientras esté
predicando, Dios Espíritu Santo, confirmará la palabra de modo que cientos se
conviertan en cada mensaje. Se levantarán otros evangelistas con el mismo
espíritu, y de punta a cabo esta isla escuchará la verdad y experimentará su
poder.
Ahora bien, pudiera
suceder que Dios nos visitara de esa forma. Pudiera ser que viéramos otra vez
las señales y maravillas como las que suelen acompañar los avivamientos. Su
Espíritu Santo se puede revelar como un río poderoso que arrastre las
multitudes con su corriente majestuosa, pero si él lo desea, bien puede revelar
su poder con la suavidad del rocío el cual, sin percibirlo apenas, refresca
toda la tierra. Nos puede suceder como a Elías, cuando el fuego y el viento
pasaron ante él pero el Señor no estaba en ninguno de esos dos poderosos
elementos y prefirió entrar en comunión con su siervo en un susurro suave y
apacible. Quizá ese susurro suave y apacible sea la voz de Dios en esta
congregación. Entonces sería inútil que tratáramos de trazar el camino del Dios
eterno. Dios nos libre de estar rechazando todo el bien que él quiera darnos
tan solo porque no venga en la forma que imaginamos debe ser la correcta.
A través de la Biblia en un año: Salmos 69-72
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