Tomás, al que apodaban el Gemelo, y que era uno de los doce, no
estaba con los discípulos cuando llegó Jesús. Así que los otros discípulos le
dijeron: -¡Hemos visto al Señor! –Mientras no vea yo la marca de los clavos en
sus manos, y meta mi dedo en las marcas y mi mano en su costado, no lo creeré
–repuso Tomás. Juan 20:24-25.
Si me dijeras que la
resurrección del Señor la presenciaron hombres que estaban preparados para
creerla, te diría que estás completamente equivocado. Ni uno de los discípulos
se dio cuenta del significado de la profecía del Señor donde explicaba que se
levantaría de entre los muertos. Era difícil que alguno captara la idea. En
Tomás vemos a un hombre que era bastante difícil de convencer, un hombre tan
obstinado que era capaz de pensar que sus diez amigos, con quienes había estado
durante años, podían engañarlo. Ahora bien, si tuviera que atestiguar la
veracidad de algún hecho, me gustaría llamar al estrado a alguien que fuera
reconocido por ser desconfiado y escéptico. Me sentiría feliz al dar con
alguien que dudara y desconfiara, pero que a la larga se sintiera abrumado por
las evidencias que lo llevaron a creer. Estoy seguro que tal hombre expondría
su testimonio con toda convicción, como lo hizo Tomás cuando exclamó: «Mi Señor
y mi Dios». No podemos tener un mejor testigo del hecho de la resurrección del
Señor que este frío, cauteloso, prudente y reflexivo Tomás, quien llegó a tener
una certeza absoluta.
A través de la Biblia en un año: Salmos 65-68
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