Jesús lloró. Juan 11:35.
Debemos llorar, porque
Jesús lloró. Jesús lloró por otros. No sé si alguna vez él lloró por sí mismo.
Sus lágrimas fueron compasivas. Él personificó el mandamiento: «Lloren con los
que lloran» (Romanos 12:15). El que puede guardarlo todo dentro del radio de su
propio ser, tiene un alma estrecha. Un alma verdadera, un alma cristiana, vive
en las almas y cuerpos de otros hombres así como en la suya propia. Un alma
perfectamente cristiana considera que el mundo entero es demasiado estrecho
para su morada, porque esta vive y ama, vive amando y ama porque vive.
Un mar de lágrimas
delante del Dios tres veces santo hará mucho más que las enormes listas de
peticiones a nuestros senadores. «Jesús lloró» y sus lágrimas fueron armas
poderosas contra el pecado y la muerte. Por favor, observa que no dice que Jesús
vociferó sino que «Jesús lloró». Le harás más bien a quienes te ofenden, más
bien a ti mismo y más bien a las mejores causas si la compasión lo humedece
todo.
Por último, si has
llorado, imita a tu Salvador y ¡haz algo! Si el capítulo que tenemos delante
concluyera con «Jesús lloró», sería un capítulo pobre. Imagínate que leyéramos
que después de ellos haber ido a la tumba: «Jesús lloró y siguió con sus tareas
diarias». Yo habría sentido muy poco consuelo en el pasaje. De no haber nada
más que lágrimas, habría sido una gran disminución de la actitud acostumbrada
de nuestro bendito Señor. ¡Lágrimas! ¿Qué son por sí solas? Agua salada. Una
taza de estas le sirve de muy poco a alguien. Pero amados, «Jesús lloró» y
luego ordenó: «Quiten la piedra». Él gritó: «¡Lázaro, sal fuera!»
A través de la Biblia en un año: Génesis
41-44
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