"...Si no os volvéis y os hacéis como niños", (Mateo 18:3)
Estas palabras del Señor se refieren a nuestra conversión inicial; pero debemos regresar continuamente a Dios como niños, es decir, convertirnos a Él continuamente, todos los días de nuestra vida. Si confiamos en nuestras propias capacidades y no en Dios, originaremos ciertas consecuencias de las cuales Él nos hará responsables. Cuando Dios en su soberanía nos dirige hacia situaciones nuevas, debemos cuidar de que nuestra vida natural se someta a la espiritual, obedeciendo las indicaciones del Espíritu Santo. Que hayamos respondido adecuadamente en el pasado no garantiza que lo repitamos. La relación que existe entre lo natural y lo espiritual es una relación de continua conversión, pero es ahí donde con frecuencia nos negamos a obedecer. El Espíritu de Dios no cambia en ninguna situación que enfrentemos, y su salvación permanece inalterable; pero debemos vestirnos del nuevo hombre (ver Efesios 4:24). Dios nos hace responsables cada vez que rehusamos convertirnos. Él ve nuestra negativa como una obstinada desobediencia. Nuestra vida natural de ninguna manera debe gobernar. Es Dios quien debe ejercer su gobierno en nosotros.
Rehusar la conversión continua es una piedra de tropiezo en el desarrollo de nuestra vida espiritual. En nosotros existen apilamientos de obstinación desde donde el orgullo escupe al trono de Dios, y dice: "No me someteré porque no encuentro esto malo". Convertimos en dioses a nuestra independencia y terquedad y las identificamos con nombres equivocados. Lo que Dios considera como una debilidad obstinada, nosotros lo identificamos como una fortaleza. Hay áreas enteras de nuestra vida que aún no han sido sometidas, lo cual sólo se puede lograr mediante la continua conversión. De una manera lenta, pero segura, podemos reclamar todo el territorio en nosotros para el Espíritu de Dios, sometiéndolo.
Fuente: EN POS DE LO SUPREMO de Oswald Chambers.
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