Versículo para hoy:

sábado, 28 de junio de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)


19. Necesidades de nuestros tiempos

Hombres "entendidos en los tiempos". 1 Crónicas 12:32

    Estas palabras se refieren a la tribu de Isacar, en los primeros tiempos del reinado de David sobre Israel. Parece que después de la triste muerte de Saúl, algunas de las tribus estaban indecisas sobre su futuro inmediato. "¿Bajo qué rey?" era la pregunta del día en Palestina. Algunos no sabían si debían ser leales a la familia de Saúl o aceptar a David como su rey. Titubeaban y no se decidían; otros, sin vacilar, se decidieron por David. Entre estos últimos, había muchos de los hijos de Isacar y el Espíritu Santo los elogia de una manera especial. Los llama "entendidos en los tiempos".

    Sin duda esta frase, como cada una en las Escrituras, fue incluida para nuestra enseñanza. Estos hombres de Isacar nos son presentados como un modelo para imitar y un ejemplo para seguir porque es sumamente importante entender los tiempos en que vivimos y saber lo que estos tiempos requieren. Los sabios en la corte de Asuero "conocían los tiempos" (Est. 1:13). Nuestro Señor Jesucristo le reprocha a su pueblo diciéndole: "No conociste el tiempo de tu visitación". "Sabéis distinguir el aspecto del cielo ¡mas las señales de los tiempos no podéis! (Lc. 19:44; Mt. 16:3). Tengamos cuidado y no cometamos el mismo pecado. El hombre que se contenta con sentarse tranquilo en su casa, absorbido por sus propios asuntos, y no tiene conciencia de lo que está sucediendo en la Iglesia y en el mundo, es un patriota lastimoso y una pobre muestra de lo que debe ser un cristiano. Además de la Biblia y nuestros propios corazones, nuestro Señor quiere que conozcamos nuestros tiempos, como lo hacían los sabios en la corte de Asuero.

    En este capítulo me propongo considerar lo que nuestros propios tiempos requieren de nosotros. Cada época tiene sus peligros únicos para el cristiano profesante y, en consecuencia, demandan especial atención a los deberes propios de su situación particular. Pido a mi lector que me dé su atención durante unos minutos, mientras trato de mostrar lo que los tiempos requieren del cristiano y, particularmente, los de nuestro país. Son cinco los puntos que presentaré y lo haré claramente y sin reservas. "Y si la trompeta diere sonido incierto, ¿quién se preparará para la batalla?" (1 Co. 14:8).

I. La verdad del evangelio y la autoridad divina de la Biblia

    En primer lugar y de importancia primordial, los tiempos requieren que conservemos valientemente y sin vacilar, toda la verdad del evangelio y la autoridad divina de la Biblia.

    Nos toca vivir en una época de mucha incredulidad, escepticismo e infidelidad. Nunca, posiblemente, desde los tiempos de Celso, Porfirio y Julián, ha sido tan abiertamente atacada la verdad del evangelio revelado y nunca se han presentado los ataques de una manera tan engañosamente atractiva. Las palabras escritas por el Obispo Butler en 1736 son, curiosamente, aplicables a nuestros propios tiempos: "Muchas personas dan por sentado que el cristianismo ya no es materia de investigación y se sabe desde hace tiempo que es pura ficción. En consecuencia, lo tratan como si en la actualidad, este fuera un punto en que coinciden todas las personas analíticas y que no merece más que hacerlo objeto de risa y burlas, como castigo por haber interrumpido por tanto tiempo los placeres del mundo" (Analogy [Analogía] por Butler, Introducción). A veces me pregunto qué habría dicho el buen obispo si hubiera vivido en estos días.

    En comentarios, revistas, periódicos, conferencias, ensayos y, a veces, aun en los sermones, docenas de escritores inteligentes libran una batalla constante contra los fundamentos mismos del cristianismo. La razón, ciencia, geología, antropología, los descubrimientos modernos y el libre pensamiento están de su lado. Por doquier, nos dicen constantemente que ninguna persona educada puede realmente creer en una religión sobrenatural, ni en la inspiración de cada palabra de la Biblia, ni en la posibilidad de que haya milagros. Las doctrinas tan antiguas como la de la Trinidad, la Deidad de Cristo, la personalidad del Espíritu Santo, la expiación, la obligación de guardar el Día del Señor, la necesidad y eficacia de la oración, la existencia del diablo y la realidad de un castigo futuro, son archivados en silencio o tirados por la borda como basura. Y todo esto se hace con tanta astucia y con tanta apariencia de candidez y liberalidad, y con tantos elogios a la capacidad y nobleza de la naturaleza humana, que millares de cristianos inestables han sido arrasados como por un torrente y fluctúan, si no es que su fe experimenta un naufragio total.

    La existencia de esta plaga de incredulidad no debiera sorprendernos ni por un momento. Se trata del mismo viejo enemigo con un nuevo vestido, una enfermedad antigua con síntomas nuevos. Desde el día en que cayeron Adán y Eva, el diablo nunca ha dejado de tentar al hombre para que no crea en Dios, diciendo directa o indirectamente: "No morirás aunque no creas". Tenemos la advertencia en las Escrituras, especialmente para los últimos días, de que abundaría la incredulidad: "Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?" "Los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor". "En los postreros días vendrán burladores" (Lc. 18:8; 2 Ti. 3:13; 2 P. 3:3).

    En Inglaterra, el escepticismo es esa reacción natural contra un semipapismo y superstición que muchos sabios han predicho y esperado desde hace mucho tiempo. Es precisamente ese movimiento del péndulo lo que han buscado los estudiosos de la naturaleza humana y el momento ha llegado.

    Pero, a la vez que le digo al lector que no se sorprenda ante el escepticismo generalizado de estos tiempos, le insto que no permita que lo altere, ni que deje de perseverar. No hay realmente causa para alarmarse. El arca de Dios no está en peligro, aunque parezca sacudirse un poco. El  cristianismo ha sobrevivido los ataques de Hume, Hobbes y Tind, de Colling, Woolston, Bolingbroke y Chubb, de Voltaire, Payne y Holyoake. Estos hombres causaron gran alboroto en su tiempo y asustaron a los débiles, pero no tuvieron más efecto que las marcas que los viajeros ociosos producen al raspar sus nombres en la gran pirámide de Egipto. Esté seguro que de igual manera, el cristianismo sobrevivirá a los ataques de los astutos escritores de esta época. Por la sorprendente originalidad de muchas objeciones modernas a la revelación divina, sus argumentos y escritos parecen tener más peso del que en realidad tienen. Esto no quiere decir que no podemos desatar los nudos porque nuestros dedos no pueden hacerlo o que las formidables dificultades no tengan explicación porque no las entendemos. Cuando usted no puede responder al escéptico, conténtese con esperar más luz, pero nunca renuncie a un gran principio. En el cristianismo, al igual que en muchos interrogantes científicos, dijo Faraday: "La mejor filosofía es, a menudo, no apurarse a emitir juicios". Aquel que cree, no se apurará, puede esperar.

    Cuando los escépticos y los impíos han dicho todo lo que tienen para decir, no olvidemos tres grandes realidades que nunca han podido descartar con sus razonamientos, y estoy convencido de que nunca podrán hacerlo. Diré brevemente cuáles son. Son muy sencillas y cualquiera las puede entender.

    (a) La primera realidad es Jesucristo mismo. Si el cristianismo es sólo una invención humana y la Biblia no viene de Dios, ¿cómo puede el impío explicar a Jesucristo? No puede negar su existencia en la historia. ¿Cómo puede ser que sin fuerzas ni chantajes, sin armas ni dinero dejó él una huella tan inmensamente profunda en el mundo, como evidentemente lo hizo? ¿Quién era? ¿Qué era? ¿De dónde salió? ¿Cómo es que nunca, ni antes ni después, hubo alguien como él, desde el principio de la historia? No pueden explicarlo. Nada lo puede explicar excepto el gran principio fundamental de la verdad revelada, que Jesucristo es Dios y su evangelio es totalmente cierto.

    (b) La segunda realidad es la Biblia misma. Si el cristianismo no es más que una invención humana y la Biblia no tiene más autoridad que cualquier otro libro no inspirado, ¿cómo es que esta es lo que es? ¿Cómo es que puede tener vigencia y relevancia hoy un Libro escrito por unos cuantos judíos en un rincón remoto de la tierra, escrito en períodos distintos sin un acuerdo entre los escritores, escrito por ciudadanos de una nación, que comparados con los griegos y romanos, nada contribuyeron a la literatura? ¿Cómo es que este libro no tiene paralelos y no hay nada que ni siquiera se le asemeje en cuanto a sus conceptos de Dios, las perspectivas acertadas sobre el hombre, la solemnidad de sus pensamientos, la grandeza de su doctrina y la pureza de su moralidad? ¿Qué explicación puede dar el impío acerca de este Libro tan profundo, tan sencillo, tan sabio, tan libre de defectos? No puede explicar su existencia ni su naturaleza ni sus principios. Sólo podemos hacerlo los que afirmamos que el Libro es sobrenatural y que procede de Dios.

    (c) La tercera realidad es el efecto que el cristianismo ha tenido sobre el mundo. Si el cristianismo no es más que una invención humana y no una revelación sobrenatural y divina, ¿cómo es que ha producido un cambio tan completo en el estado moral de la humanidad? Cualquier persona preparada sabe que la diferencia moral entre la condición dl mundo antes de que se sembrara el cristianismo y después de que el cristianismo echara raíces, es tan diferente como la noche y el día, como el reino del cielo y el reino de Satanás. Ahora mismo, desafío al que quiera, que observe un mapamundi y compare los países donde la gente es cristiana con aquellos donde la gente no es cristiana, y niegue que estos países son tan distintos como la claridad y la oscuridad, como el color blanco y el negro. ¿Cómo puede el impío explicar esto, basándose en sus principios? No puede hacerlo. Sólo podemos hacerlo los que creemos que el cristianismo procede de Dios y que es la única religión divina en el mundo.

    Si alguna vez se siente usted tentado a alarmarse por el progreso de la impiedad, vuelva a estudiar las tres realidades que acabo de presentar y eche fuera sus temores. Tome su posición con valentía escudado por estas tres realidades y podrá hacerle frente a cualquier argumento de los escépticos modernos. Quizá le hagan cientos de preguntas que usted no puede contestar o presentarle dilemas ingeniosos sobre varias lecturas. Puede ser que le pregunten qué es inspiración, o geología, o acerca del origen del hombre o sobre cuándo sucedió la creación, asuntos sobre los cuales, tal vez usted no pueda contestar. Pueden desconcertarlo e irritarlo con locas especulaciones y teorías que en el momento no puede usted ofrecer prueba de su falacia, aunque sabe que lo es. Pero mantenga la calma y no tema. Recuerde las tres grandes realidades que he mencionado y desafíe audazmente a los escépticos a explicarlas. Las dificultades del cristianismo son indudablemente grandes, pero tenga por seguro que no se comparan con las dificultades de la impiedad.

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