(5) La santificación no consiste en el cumplimiento ocasional de las acciones correctas. Es el obrar constante de un nuevo principio celestial interior, que satura toda la conducta cotidiana del hombre, tanto en las grandes acciones como en las pequeñas. Su sede es el corazón y, al igual que el corazón en el cuerpo, tiene una influencia constante en cada aspecto de su carácter. No es como una bomba de agua, de la cual sólo sale agua cuando se bombea, sino como una fuente perpetua, cuya corriente fluye siempre espontánea y naturalmente. Aun Herodes, "escuchaba de buena gana" a Juan el Bautista, aunque su corazón estaba totalmente apartado de Dios (Mr. 6:20). De la misma manera, hay muchas personas en la actualidad que parecen tener ataques espasmódicos de "buena voluntad" y hacen muchas cosas correctas bajo la influencia de alguna enfermedad, aflicción, muerte en la familia, calamidad pública o un repentino remordimiento de conciencia. No obstante, cualquier observador inteligente puede ver claramente todo el tiempo que no se han convertido y que no saben nada de "santificación". Un auténtico santo, como Ezequías, será de limpio corazón. Aborrecerá "todo camino de mentira" (2Cr. 31:21; Sal. 119:104).
(6) La santificación auténtica se muestra por un respeto habitual a la ley de Dios, un esfuerzo habitual de vivir en obediencia a ella como regla de la vida. No hay peor error que suponer que el cristiano nada tiene que ver con la ley y los Diez Mandamientos por el hecho de que no puede ser justificado por cumplirlos. El mismo Espíritu Santo que convence de pecado al creyente por medio de la ley, que lo guía a Cristo para su justificación, lo conducirá a un uso espiritual de la ley, como un guía amigo, en la búsqueda de la santificación.
Nuestro Señor Jesucristo nunca tomó los Diez Mandamientos a la ligera; por el contrario, en su primer discurso público, el Sermón del Monte, habló ampliamente sobre ellos y demostró la naturaleza escudriñadora de sus requerimientos. San Pablo nunca le restó importancia a la ley, por el contrario, dice: "la ley es buena, si uno la usa legítimamente" y "según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios (1 Ti. 1:8; Ro. 7:22). El que pretende ser un santo mientras que desprecia los Diez Mandamientos y le da lo mismo mentir, ser hipócrita, estafar, tener mal genio, calumniar, emborracharse y romper el séptimo mandamiento, vive engañado y en una condición peligrosa. ¡Encontrará que en el día final, le será imposible probar que es un "santo"!
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