-Parte 3-
Recordar
las providencias pasadas será una fuente continua de alabanza y agradecimiento,
el cual es el trabajo de los ángeles en el cielo, y la parte más placentera de
nuestras vidas en la tierra.
Se
dice del antiguo pueblo de Dios: “Bien pronto olvidaron sus obras.” (Sal.106:3)
Aunque la providencia les alimentó en una manera sorprendente en el desierto,
ellos no le dieron a Dios la alabanza que Él merecía. (Num.11:6) David se
esforzaba con toda su fuerza para agradecer y bendecir a Dios por todas sus
misericordias para con él. “Bendice, alma mía, a Jehová, y bendiga todo mi
ser su santo nombre. Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus
beneficios.” (Sal. 103:1-2) No es tanto las bendiciones que la providencia
nos da como la bondad y la benignidad de Dios en dárnoslas, lo que ocupa a la
persona agradecida en su alabanza. Como David dice: “Porque mejor es tu
misericordia que la vida; mis labios te alabarán.” (Sal.63:3) Dar vida y
preservarla son actos preciosos de la providencia; pero la gracia que le motiva
a Dios a hacer todo esto es mucho mejor que las dádivas mismas. Recibimos
misericordias cada día y ellas son una gran razón para estar agradecidos. “Bendito
el Señor; cada día nos colma de beneficios.” (Sal.68:19) La ternura de la
misericordia divina es manifestada en su providencia. “Como el padre se
compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen.” (Sal.103:13)
Sus profundas emociones al consolar a su pueblo son como las de la madre para
con su bebé. (Isa.49:15) Entonces, postrarnos ante sus pies maravillados por la
manera tierna en que Él se humilla al colocarse a un nivel tan bajo en sus
tratos con nosotros, es una cosa de grande gozo para nosotros.
El
cuidado en observar la providencia divina hará que Cristo sea cada vez más
precioso a nuestras almas
Es
por medio de Cristo que todas las misericordias divinas fluyen hacia nosotros y
que toda la alabanza de nosotros regresa a Dios. Todas las cosas son nuestras
porque nosotros le pertenecemos a Él. (1 Cor. 3:21-23)
1.
Todas las bendiciones que poseemos, tanto en esta vida como las misericordias
espirituales y eternas, nos han sido compradas por la sangre de Cristo. Por su
muerte Cristo nos restaura todas las cosas que el pecado nos había robado. “Con
Cristo” Dios nos da libremente todas las cosas: la salvación misma, y todas las
cosas necesarias para llevarnos a ella. (Rom.8:32) Cualquier bien que recibimos
de la mano de la providencia tenemos que decir que nos viene por medio de la
muerte de Cristo.
2.
Porque estamos unidos con Cristo todo lo que recibimos de la providencia nos es
hecho una bendición. Cuando estamos en Cristo, tenemos más de lo que perdimos
en la caída de Adán.
3.
Los ángeles son empleados en el reino de la providencia, pero es Cristo quien
les ordena. Quienquiera que sea el medio para hacerle cualquier bien, es el
Señor Jesucristo quien da el mandato para que esto sea hecho. El cuidado de
Cristo por los creyentes en Damasco detuvo a Saulo de destruirlos. (Hech. 9)
4.
Como Cristo nos abrió la puerta de la misericordia muriendo por nuestros
pecados, así Él mantiene la puerta abierta intercediendo siempre en la
presencia de Dios por nosotros. (Apo.5:6, Heb.9:24) Si esto no fuera cierto,
cada pecado que cometemos pondría fin a las misericordias que tenemos. Pero, “Si
alguno hubiera pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el Justo.
Y Él es la propiciación por nuestros pecados.” (1Jn.2:1-2)
5.
Las respuestas a todas sus oraciones les son obtenidas por Jesucristo. Su
nombre hace que sea imposible que el Padre les niegue cualquier cosa que le
pidan conforme a su voluntad. (Jn.15:16) ¡Considere cuánta es su deuda con su
querido Señor Jesucristo por este grande y glorioso privilegio!
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