"Ella ató el cordón de grana a la ventana". Josué 2.21
Rahab dependió para su preservación de la promesa de los espías, a quienes consideró como representantes del Dios de Israel. Su fe fue sencilla y firme, pero muy obediente.
Atar el cordón de grana a la ventana era en sí mismo un acto trivial, pero ella no se atrevió a correr el riesgo de omitirlo.
Ven alma mía, ¿no hay aquí una lección para ti? ¿Has estado atenta a la voluntad de tu Señor, aunque algunos mandamientos no parecían ser esenciales? ¿Has observado en su forma correcta las dos ordenanzas de los creyentes: el Bautismo y la Cena del Señor? Si estas cosas son descuidadas es prueba de que en tu corazón hay mucha desobediencia.
Este acto de Rahab presenta una lección aun más solemne. ¿He confiado yo implícitamente en la preciosa sangre de Jesús? ¿He atado yo, con un nudo gordiano, el cordón de grana a mi ventana, de modo que mi esperanza nunca pueda ser removida? ¿Puedo mirar hacia del Mar Muerto de mis pecados o hacia la Jerusalén de mis esperanzas sin ver la sangre, pero viendo todas las cosas en conexión con su bendito poder? El transeúnte puede ver una cuerda de tan visible color, si cuelga de la ventana. Será un bien para mí si mi vida hace visible a todos los espectadores la eficacia de la expiación. ¿Qué hay allí de qué avergonzarse? ¡Que miren si así lo desean, tanto los hombres como los demonios; la sangre es mi orgullo y mi canto! Alma mía, hay uno que verá aquel cordón de grana, aun cuando tú, por la debilidad de tu fe, no puedas verlo por ti misma. Jehová, el vengador, lo verá y te perdonará. Los muros de Jericó cayeron; la casa de Rahab estaba sobe el muro, y sin embargo quedó inmóvil. Mi naturaleza está edificada en el muro de la humanidad, y sin embargo, cuando la destrucción hiera a la humanidad, yo quedaré seguro.
Alma mía, ata otra vez el cordón carmesí a la ventana y descansa en paz.
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