"Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo", Gálatas 6:14
El Evangelio de Jesucristo siempre revela nuestra verdadera condición. ¿Acepto el veredicto de
Dios acerca del pecado, es decir, que fue juzgado en la cruz de Cristo? ¿Tengo siquiera el más mínimo
interés en la muerte de Jesús? ¿Deseo ser identificado con Su muerte, es decir, morir completamente a todo
interés pecaminoso, a la mundanalidad y al propio Yo? ¿Anhelo identificarme de tal manera con Jesús que todo lo
demás no tenga ningún valor, únicamente Él y sus propósitos? El gran privilegio del discipulado es que
puedo alistarme bajo la bandera de Su Cruz, lo cual significa muerte al pecado. Vete a solas con Jesús y dile
que no quieres morir al pecado. O dile que cueste lo que cueste quieres identificarte con su muerte. Tan
pronto actúes confiando en lo que el Señor hizo en la cruz, ocurrirá una identificación sobrenatural
con su muerte; y sabrás, con un conocimiento que sobrepasa todo entendimiento, que tu viejo hombre está
crucificado con Él. La prueba de esta crucifixión es la asombrosa facilidad con que ahora la vida de Dios
te capacita para obedecer la voz de Jesucristo.
De vez en cuando el Señor nos permite ver lo que seríamos si no fuera por Él. Es una confirmación de sus
palabras: Separados de mí, nada podéis hacer (Juan 15:5). Por esta razón, la base del cristianismo es una
devoción personal y apasionada al Señor Jesús. Confundimos el gozo de ser introducidos en el reino de
Dios con su propósito para que entráramos en él. Este propósito es que vivamos en identificación con Jesucristo.
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