"Crecido ya Moisés, salió a visitar a sus hermanos. Los vio en sus duras tareas", Éxodo 2:11
Al ver Moisés la opresión de su pueblo, se convenció de que era él quien debía librarlo y con la justa
indignación de su propio espíritu, empezó a corregir sus males. Pero después de que Moisés dio el primer
golpe a favor de Dios y de la justicia, Él permitió que se desanimara por completo y lo envió al desierto a
apacentar ovejas por 40 años. Al finalizar ese tiempo, Dios se le apareció y le dijo que fuera y sacara a su
pueblo. Pero Moisés respondió: "¿Quién soy yo para que vaya...?" Éxodo 3:10-11. Inicialmente Moisés
comprendió que él libertaría al pueblo, pero primero necesitaba ser entrenado y disciplinado por Dios. En
el aspecto individual tenía razón, pero no sería la persona indicada para esa obra hasta que hubiera
aprendido a tener verdadera comunión y unidad con Dios.
Podemos tener la visión de Dios y una comprensión muy clara de lo que Él quiere y, sin embargo, cuando
comenzamos a trabajar surge algo equivalente a los 40 años de Moisés en el desierto. Es como si Dios lo
hubiera olvidado todo y cuando estamos completamente desanimados, Él renueva su llamamiento y
entonces empezamos a temblar y a decir: "¿Quién soy yo para que vaya...?" Debemos aprender que el
primer gran paso de Dios se resume en estas palabras: "'YO SOY EL QUE SOY', me envió a vosotros", ver
Éxodo 3:14. Debemos aprender, también, que nuestros esfuerzos individuales para Dios son una falta de
respeto. Nuestra individualidad debe resplandecer por medio de una relación personal con Él (ver Mateo
3:17). Nos fijamos en la perspectiva individual de las cosas; tenemos la visión y podemos decir: "Sé que
esto es lo que Dios quiere que haga"; pero no hemos aprendido a acomodarnos al paso de Él.
Si estás enfrentando un tiempo de desánimo, hay otro de gran crecimiento personal más adelante.
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