"Bienaventurados...", Mateo 5:3-11
Las afirmaciones de Jesús penetran de manera inadvertida en nuestro subconsciente, porque cuando las
leemos por primera vez nos parecen notablemente sencillas y tranquilizadoras. Por ejemplo, las
Bienaventuranzas sólo parecen preceptos delicados y hermosos para personas demasiado idealistas y
aparentemente ineptas, pero de muy poca utilidad práctica para los duros y laboriosos días del mundo en
que vivimos. No obstante, pronto descubrimos que las Bienaventuranzas contienen la "dinamita" del
Espíritu Santo y que se "estallan" con las situaciones de nuestra vida. Cuando el Espíritu nos recuerda
alguno de los "Bienaventurados", decimos: "¡Qué declaración tan asombrosa!" Pero es ahí cuando
debemos elegir si aceptamos el tremendo revolcón espiritual que se producirá en nuestras circunstancias,
si obedecemos sus palabras. Esta es la manera como obra el Espíritu de Dios. No es necesario que
hayamos nacido de nuevo para interpretar literalmente el Sermón del Monte. Su interpretación literal es
un juego de niños. Pero, es una dura labor para el creyente interpretarlas por el Espíritu de Dios, cuando
Él aplica a nuestras circunstancias las declaraciones del Señor. Las enseñanzas de Jesús están fuera de
toda proporción desde nuestra manera natural de mirar las cosas e inicialmente las recibimos con una
incomodidad que sorprende. Debemos moldear gradualmente nuestro andar y nuestra conversación
conforme a los preceptos de Jesucristo, a medida que el Espíritu Santo los aplica a nuestras
circunstancias. El Sermón del Monte no consiste en una serie de reglas y reglamentos; es una ilustración
de lo que viviremos cuando el Espíritu esté haciendo en nosotros lo que Él quiere.
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