"¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas y que entrara en su gloria?", Lucas 24:26
La cruz de nuestro Señor es la puerta de entrada a su vida. Y la resurrección significa que ahora Él tiene
poder para impartirme esa vida, Cuando nací de nuevo, yo recibí del Señor resucitado su vida misma.
El destino de la resurrección de Cristo, su propósito determinado de antemano, era llevar muchos "hijos a
la gloria", Hebreos 2:10. El cumplimiento de su destino le da el derecho de hacernos hijos e hijas de Dios.
Nosotros nunca estamos en la misma relación en la que se encuentra el Hijo de Dios con su Padre. Pero el
Hijo nos entra en la relación filial con Él. Cuando, nuestro Señor se levantó de entre los muertos, resucitó
a una vida absolutamente nueva, una vida que nunca había vivido antes de su encarnación y que jamás
había existido. Y su resurrección significa para nosotros que somos resucitados a esa clase de vida, no a
nuestra vida anterior. Algún día tendremos un cuerpo glorioso semejante al de Él, pero aquí y ahora
podemos conocer el poder y eficacia de su resurrección y andar en vida nueva (Romanos 6:4). El firme
propósito de Pablo era "conocerlo a él y el poder de su resurrección", Filipenses 3:10.
Jesús oró: "Pues le has dado potestad sobre toda carne para que dé vida eterna a todos los que le diste".
Juan 17:2. En realidad, cuando decimos "Espíritu Santo" estamos nombrando la experiencia de la vida
eterna que opera en los seres humanos aquí y ahora. El Espíritu Santo es la Deidad con su poder en acción
y quien aplica la expiación de Cristo a nuestra experiencia. Gracias a Dios por la gloriosa y majestuosa
verdad que su Espíritu puede producir en nosotros la naturaleza misma de Jesús, si solamente lo
obedecemos.
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