"¿No ardía nuestro corazón en nosotros?", Lucas 24:32
Necesitamos aprender el secreto del corazón ardiente. Jesús se nos aparece de repente, el fuego se
enciende y tenemos visiones maravillosas. Pero luego debemos aprender a mantener el secreto del
corazón ardiente que soportará todas las situaciones. Los días opacos, áridos, tristes, con sus tareas
rutinarias y la gente corriente, apagan el corazón que arde, si no hemos aprendido el secreto para
permanecer en Jesús.
Muchas de nuestras aflicciones como cristianos no las sufrimos por causa del pecado, sino porque
ignoramos las leyes de nuestra propia naturaleza. Por ejemplo, la única prueba para saber si debemos dar
rienda suelta a una emoción es examinar cual será su desenlace. Proyéctala a su conclusión lógica y si el
resultado es algo que Dios condenaría, detenla inmediatamente. Pero si es una emoción que el Espíritu de
Dios ha encendido y no permites que se exprese en tu vida, tendrá un efecto inferior al que Dios desea.
Cuanto más elevada sea la emoción, más profundo será su descenso o degradación, si no se desarrolla en
su nivel apropiado. Cuando el Espíritu de Dios te estimule y mueva tu ser, actúa al máximo de acuerdo
con su fuego y no des un paso atrás en tu determinación, sin importar las consecuencias. No siempre
podemos permanecer en el "monte de la transfiguración" (ver Marcos 9:2-9), pero sí debemos obedecer la
luz que recibimos allí y ponerla en práctica. Cuando Dios nos da una visión, necesitamos llevar a cabo
nuestras tareas de acuerdo con ese curso de acción, sin que importe el costo.
No podemos encender a voluntad la llama que en el corazón habita. El Espíritu sopla, apacible y en el
misterio queda nuestra alma; más las tareas que me propuse en los momentos de discernimiento las
podré realizar en la hora de la penumbra.
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