"…sois esclavos de aquel a quien obedecéis...", Romanos 6:16
Cuando examino mi vida debido a una fuerza que me está dominando, lo primero que debo admitir es que
yo soy responsable por estar dominado de esa manera. Si soy esclavo de mí mismo, la culpa es mía
porque en determinado momento del pasado decidí rendirme a mi yo. De la misma manera, si obedezco a
Dios se debe a que en algún momento de mi vida me rendí a Él.
Ríndete al egoísmo y encontrarás que es la tiranía más esclavizante de la tierra. El alma humana no tiene
ningún poder en sí misma para romper la esclavitud de la inclinación que se formó al ceder. Por ejemplo,
ríndete por un segundo a cualquier clase de concupiscencia y una vez que cedas, aunque te aborrezcas por
haberlo hecho, te convertirás en su esclavo (recuerda la definición de concupiscencia: "Lo que quiero
tener ahora", sin importar si es la concupiscencia de la carne o de la mente). Dentro del poder humano no
existe liberación posible, aparte de la redención. Debes rendirte en completa humillación al único que
puede romper el poder dominante que haya en tu vida, es decir, al Señor Jesucristo "…me ha ungido
para… pregonar libertad a los cautivos…", Lucas 4:18.
Cuando te rindes a algo, pronto te darás cuenta del enorme control que ejerce sobre ti. Aunque digas:
“¡Ah, puede abandonar este hábito en el momento que yo quiera!”, te darás cuenta de que no puedes y
que éste te domina por completo porque cediste a él de manera voluntaria. Es fácil cantar “Cristo rompe
las cadenas” y al mismo tiempo estar viviendo en una evidente esclavitud a tu yo. Pero rendirse a Jesús
romperá toda clase de cautividad en la vida de cualquier ser humano.
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