"Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré y quién irá por nosotros? entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí". Isaías 6:8
El Señor no le dirigió su llamado a Isaías, sino que el profeta le oyó decir: "¿quién irá por nosotros?" El llamado divino no es sólo para unos pocos escogidos; es para todo el mundo. Si escucho o no su llamado depende de la condición de mis oídos y lo que oigo exactamente depende de mi actitud espiritual. Pues muchos son llamados, pero pocos escogidos (Mateo 22:14). Es decir, pocos prueban que son los escogidos. Éstos son los que han entrado en una relación con Dios por medio de Jesucristo, cuya condición espiritual ha sido cambiada y sus oídos abiertos. Entonces escuchan la voz del Señor que continuamente pregunta: "¿Quién irá por nosotros?" Dios no elige a alguien y le dice: "Ahora, ve tú". Él no le impuso su voluntad a Isaías cuya respuesta, en completa libertad, solo podía ser: "Heme aquí, envíame a mí".
Aparta de tu mente la idea de suponer que Dios va a venir a obligarte o suplicarte. Cuando nuestro Señor llamó a sus discípulos no hubo ninguna presión irresistible desde afuera. La tranquila aunque vehemente insistencia de su "venid en pos de mí" les fue dirigida a hombres que tenían todos sus sentidos receptivos (Mateo 4:19). Si permitimos que el Espíritu Santo nos lleve cara a cara con Dios, también escucharemos lo que oyó Isaías la voz del Señor y, en perfecta libertad, también diremos: "Heme aquí, envíame a mí".
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