“Al instante había sido sanada”. Lucas 8:47.
TENEMOS esta noche delante nuestro uno de los milagros más conmovedores e instructivos del Salvador. La mujer era muy ignorante. Se imaginó que había salido virtud de Cristo naturalmente, sin su conocimiento o inmediata voluntad. Por otra parte, ella desconocía la generosidad del carácter de Jesús, de lo contrario no hubiera ido detrás de él a robar la sanidad que él estaba pronto a darle. La miseria debiera colocarse siempre frente a la misericordia. Si la mujer hubiese conocido el amor del corazón de Jesús habría dicho: “Sólo tengo que ponerme donde me pueda ver. Su omnisciencia le hará conocer mi caso, y su amor obrará enseguida mi cura”. Admiramos su fe, pero nos maravillamos de su ignorancia. Cuando hubo obtenido la cura, se regocijó con temblor; estaba alegre, porque la divina virtud había obrado en ella una maravilla; pero temió que Cristo le quitara la bendición y le negara su gracia. ¡Poco conocía la plenitud de su amor! Nosotros no tenemos un concepto tan claro de él como quisiéramos. No conocemos las alturas y profundidades de su amor, pero sabemos, con seguridad, que él es demasiado bueno para quitar de un alma temblorosa el don que ha obtenido. Pero aquí está lo maravilloso; aunque su conocimiento era limitado, su fe (porque era fe verdadera) la salvó, y la salvó al instante. No hubo una demora tediosa; el milagro de la fe fue instantáneo. Si tenemos fe como un grano de mostaza, entonces la salvación es nuestra posesión presente y eterna. Aunque en la lista de los hijos de Dios estemos inscriptos como los más débiles de su familia, sin embargo, siendo herederos por la fe, ningún poder humano o diabólico puede privarnos de la salvación. Aunque no podamos tomar en los brazos al Señor como lo hizo Simeón, aunque no nos atrevamos a reclinar nuestras cabezas en su seno como Juan, sin embargo, si nos aventuramos a abrirnos paso tras él y tocarle el borde de sus vestidos, seremos eternamente sanos. ¡Coraje, tímido! Tu fe te ha salvado; ve en paz. “Justificados por la fe, tenemos paz para con Dios”.
Charles Haddon Spurgeon.
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