Ahora bien, la fe es la garantía de lo que se espera, la certeza
de lo que no se ve. Gracias a ella fueron aprobados los antiguos. Hebreos 11:1-2.
Siempre que Dios ha hecho
una obra poderosa, la ha hecho mediante el uso de un instrumento
insignificante. Para derrotar a Goliat utilizó al pequeño David, cuando no era
más que un jovencito. Cuando Dios mató a Sísara, fue mediante una mujer que usó
un martillo y un clavo. Dios ha llevado a cabo sus más grandes obras utilizando
los instrumentos más insignificantes: este es un hecho que se repite en todas
las obras de Dios. Pedro, un pescador que estuvo presente en Pentecostés.
Lutero, un humilde monje que protagonizó el movimiento de la Reforma.
Whitefield, un mesero de una taberna en Gloucester en los tiempos del
avivamiento del siglo diecinueve, y así será hasta el final de los tiempos.
Dios no utiliza las carrozas y los caballos de Faraón sino que trabaja por
medio de la vara de Moisés; no muestra sus maravillas en el torbellino y la
tempestad, sino que lo hace mediante el silbido apacible, para que toda la
gloria y el honor sean suyos.
¿No nos anima eso a ti
y a mí? ¿Por qué no puede Dios emplearnos para llevar a cabo su obra poderosa
en este lugar? Además, en todas estas historias de las obras poderosas de Dios
en los tiempos pasados hemos notado que siempre que Dios hizo algo grande, fue
por medio de alguien que tenía una gran fe. Los hombres que tienen una fe
grande hacen grandes cosas. Fue la fe de Elías la que derrotó a los profetas de
Baal. Lo mismo sucedió con Whitefield; él creyó y esperó que Dios hiciera
grandes cosas. Cuando se dirigió al púlpito, creyó que Dios iba a bendecir a su
pueblo, y Dios lo hizo. Una fe pequeña puede hacer pequeñas cosas, pero una fe
grande recibirá gran honor.
A través de la Biblia en un año: Isaías 17-20
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