Ciertamente, la Palabra de Dios es viva y poderosa, y más
cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta lo más profundo del
alma y del espíritu, hasta la médula de los huesos, y juzga los pensamientos y
las intenciones del corazón. Hebreos 4:12.
La promulgación de un
credo frío y la exposición de algunas doctrinas y su aplicación lógica, sin
lidiar con la conciencia de los oyentes, sin presentarles su pecado, sin
decirles el peligro que están corriendo, sin rogarles con lágrimas y súplicas
que vengan al Salvador, ¡es un trabajo sin ningún poder! Buscamos obreros, no
charlatanes. Ahora bien, fíjate lo que lleva un obrero en sus manos. Es una
hoz. Su filo, con el que corta el grano, es agudo y cortante. El obrero corta
con exactitud, atraviesa el grano y lo echa a la tierra. El hombre que Dios busca
para que trabaje en su cosecha no puede venir con palabras suaves y delicadas y
doctrinas halagadoras que se refieran a la dignidad de la naturaleza humana y a
la excelencia de la auto ayuda y de los esfuerzos propios para rectificar
nuestra condición caída y cosas por el estilo. Dios maldecirá a esa boca
acaramelada, ya que esa es la maldición de esta generación. El predicador
honesto llama pecado al pecado y al pan, pan y al vino, vino, y le dice a los
hombres: «Se están arruinando ustedes mismos, cuando rechazan a Cristo se
colocan al borde del infierno y allí se perderán para toda la eternidad. No hay
alternativas, tienen que escapar de la ira que vendrá, mediante la fe en Jesús
o serán echados para siempre de la presencia de Dios y perderán todo posible
gozo». El predicador debe lograr que sus sermones sean cortantes. El propósito
de nuestra hoz es cortar. El evangelio tiene que herir la conciencia y
atravesar el corazón, con el objetivo de separar el alma del pecado y del yo,
tal como se separa el grano del suelo.
A través de la Biblia en un año: Proverbios 10-12
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