No me
escogieron ustedes a mí, sino que yo los escogí a ustedes y los comisioné para
que vayan y den fruto, un fruto que perdure. Así el Padre les dará todo lo que
le pidan en mi nombre. Juan 15:16.
Si no vienes a Jesús y le cuentas todo lo que hay en
tu corazón, perderás su consejo y ayuda, y el consuelo que estos producen. Me
imagino que ninguno de nosotros sabe lo que ha perdido en el camino, y que
mucho menos podemos calcular los bienes espirituales que pudiéramos haber
tenido y que hemos perdido. Hay muchos hijos de Dios que pudieran estar
enriquecidos con bendiciones y, sin embargo, permanecen tan pobres como el
mendigo Lázaro. Solo tienen migajas de consuelo y están llenos de dudas y
temores cuando podían sentirse seguros desde hace mucho tiempo. Hay muchos
herederos del cielo que están viviendo nada más de la cáscara del alimento del
evangelio cuando podían estar participando de los manjares de los que habla
Moisés: «con natas y leche de la manada y del rebaño, y con cebados corderos y
cabritos; con toros selectos de Basán y las mejores espigas del trigo»
(Deuteronomio 32:14). Amados, con mucha frecuencia no tienen porque no piden, o
porque no creen, o porque no confían en Jesús y no le cuentan. ¡Cuán fuerte
pudiera ser el débil si acudiera a Jesús con más frecuencia! ¡Cuán rica pudiera
ser el alma pobre si tomara en todo tiempo del inagotable tesoro de Cristo! Si
fuéramos y habláramos con Jesús y le contáramos todo lo que está en nuestro
corazón, ¿no estaríamos viviendo en los suburbios del cielo, cerca de las
puertas de perlas?
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