Refrena tu enojo, abandona la ira; no te irrites pues esto
conduce al mal. Porque los impíos serán exterminados, pero los que esperan en
el Señor heredarán la tierra. Dentro de poco los malvados dejarán de existir;
por más que los busques, no los encontrarás. Pero los desposeídos heredarán la
tierra y disfrutarán de gran bienestar. Salmos 37:8-11.
Otra belleza que Dios
otorga a los humildes es el contentamiento. Aquellos que tienen un espíritu
afable y apacible por medio de la gracia de Dios están satisfechos con lo que
tienen. Le dan gracias a Dios por lo poco; piensan como aquella mujer piadosa
que comió un pedazo de pan y bebió un poco de agua y dijo: «¡Qué! ¡Todo esto y
además, Jesucristo!» Hay un gran encanto en el contentamiento, mientras que la
envidia y la avaricia son cosas feas a los ojos de aquellos que tienen un
mínimo de percepción espiritual. Así que la humildad, al producir
contentamiento, nos embellece.
La humildad también
produce santidad y, ¿quién no ha escuchado acerca de «la belleza de la
santidad»? Cuando alguien se propone controlar su temperamento y someter su
voluntad y su mente a Jesús de la forma más dulce, la consecuencia será la
obediencia a Dios, y la vida entera se vuelve hermosa. Alabemos al Señor que
tuvo a bien poner algo de belleza en nosotros y bendigamos a Dios por la
santidad de su pueblo siempre que la veamos manifestarse. Es una lástima que
esto sea tan escaso pero, ¡qué consuelo es saber que el Señor tiene algunos
dentro de su pueblo que son de espíritu humilde y apacible, a quienes hermosea
con la salvación!
A través de la Biblia en un año: Esdras
1-3
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