¿Quién puede afirmar: «Tengo puro el corazón; estoy limpio de
pecado»? Proverbios 20:9.
Qué noticias tan
desgarradoras nos llegan a veces a nosotros, los que velamos por la iglesia
cristiana. Fulano de tal, alguien que conocíamos como un gran practicante que
se sentaba con nosotros a la mesa de la comunión y quien parecía estar muy
avanzado en las cosas espirituales, ha caído en cierta clase de vicio que es
absolutamente repulsivo, del cual el alma se rebela y este es el mismo hombre
de quien recibimos consejos y con quien íbamos a la casa de Dios. Si pudiera
rastrearse la historia de estos tremendos criminales, sería en gran medida así:
empezaron bien, pero se fueron aflojando gradualmente, hasta que al final
estuvieron maduros para el pecado inmundo. ¡Ah! No sabemos en lo que podemos
caer cuando comenzamos a ir cuesta abajo, muy abajo, adonde terminará. Debemos
orar a Dios que mejor nos fuera morirnos pronto que vivir para caer en los
terrores de ese descenso. ¿Quién habría pensado que David, el hombre conforme
al corazón de Dios, llegaría a ser el asesino de su amigo Urías con la
intención de robarle su esposa? Oh, David, ¿estás tan cerca del cielo y a la
vez tan cerca del infierno? En cada uno de nuestros corazones hay un David, y
si comenzamos a resbalarnos de Dios, no sabemos hasta dónde podamos llegar. El
peligro secreto que sale de todo esto es que cuando un hombre llega al estado
de la seguridad carnal, está listo para cualquier mal.
A través de la Biblia en un año: 1
Samuel 25-28
No hay comentarios:
Publicar un comentario