Toda rama que en mí no da fruto, la corta; pero toda rama que da
fruto la poda para que dé más fruto todavía. Juan 15:2.
Cuando tengamos
problemas, no esperemos percibir algún beneficio inmediato como resultado de
este. Yo mismo he tratado de ver, estando en un profundo dolor, si me he
resignado un poco más o si me he vuelto más fervoroso en la oración, o más
absorto en la comunión con Dios, y confieso que en dichos momentos nunca he
sido capaz de ver ni la más ligera huella de mejoría porque el dolor distrae y
dispersa los pensamientos. Recuerda la palabra: «sin embargo, después produce
una cosecha de justicia y paz» (Hebreos 12:11). El jardinero toma su cuchillo y
poda los árboles frutales para que estos den más fruto; su hijito viene
caminando detrás pisándole los talones y grita: «Padre, yo no veo que el fruto
salga en los árboles después que los has cortado». No, hijo querido, no es
probable que lo veas, pero regresa en unos pocos meses cuando llegue la época
de dar frutos y verás las manzanas doradas que agradecen el cuchillo. El fruto
del Espíritu que tiene la intención de perdurar, requiere un tiempo para
producirse y no se madura en una noche.
En un verdadero
creyente los problemas graves tienen el efecto de aflojar las raíces de su alma
hacia la tierra y de apretar el firme anclaje de su corazón hacia el cielo.
Todo marinero del mar de la vida sabe que cuando soplan las brisas suaves, los
hombres tientan al mar abierto con velas desplegadas, pero cuando viene la
tormenta negra, aullando desde su guarida, se apresuran al puerto con toda
velocidad.
A través de la Biblia en un año: 1
Corintios 7-8
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