“Porque no tengo de contender para siempre, ni para siempre me he de
enojar: pues decaería ante mí el espíritu y las almas que yo he criado”.
Nuestro Padre Celestial
no busca nuestra destrucción, sino nuestra instrucción. Su contención con
nosotros tiene un propósito bienhechor hacia nosotros. No estará
para siempre en contra nuestra. Pensamos que el Señor prolonga sus castigos,
pero esto es porque tenemos poca paciencia. Para siempre es su misericordia,
pero no así su contienda. La noche puede hacerse larga y pesada; pero al fin
tiene que dar lugar al día alegre. Como la contienda es solamente por un
tiempo, así el enojo que la causa es solamente por un pequeño momento. El Señor
ama a sus escogidos demasiado bien para que siempre esté enojado con ellos.
Si Él nos tratara siempre
como algunas veces lo hace, desmayaríamos del todo y bajaríamos sin esperanza
hasta las puertas del sepulcro. ¡Ánimo, querido! El Señor pronto dejará su
contienda. Sopórtala, porque el Señor te soportará. El que te crió, sabe cuán
débil eres, y cuán poco puedes soportar. Él tratará con ternura lo que ha
formado tan exquisitamente. Por lo tanto, no temas el sufrimiento presente,
porque conduce a un futuro alegre. El que te hirió, te sanará; su enojo pequeño
será seguido de misericordias grandes.
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