"Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase; mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia." - Romanos 5: 20.
Cuando tú has oído los Diez Mandamientos, cuando conoces la ley del reino, cuando la voluntad de tu Hacedor es puesta claramente ante ti, entonces, transgredir es transgredir con un orgullo que no admitirá ninguna excusa.
Nuevamente, la entrada de la ley hace que la ofensa abunde en este sentido, que la voluntad rebelde del hombre se alza en oposición a esa ley. Porque Dios lo ordena, el hombre lo rechaza; y porque Él prohíbe, el hombre desea. Hay algunos hombres que podrían no haber pecado en una dirección particular si el mandamiento no lo hubiera ordenado. La luz de la ley, en vez de ser una advertencia para ellos para evitar el mal, parece señalarles el camino en el que pueden ofender mayormente.
¡Oh, cuán profunda es la depravación de la naturaleza humana! La propia ley la provoca a rebelarse. Los hombres anhelan entrar, porque se advierte a quienes traspasan lo límites que se mantengan lejos. Sus mentes son tan antagonistas de Dios, que se deleitan en eso que está prohibido, no tanto porque encuentren algún placer particular en la cosa misma, sino porque demuestra su independencia y su libertad de los límites impuestos por Dios.
Esta viciosa obstinación está en todos nosotros por naturaleza; pues los designios de la carne son enemistad contra Dios; y por tanto la ley, aunque en sí misma santa y justa y buena, nos provoca al mal. Nosotros somos como cal, y la ley es como agua fría, que es en sí misma de una naturaleza refrescante; sin embargo, tan pronto como el agua de la ley alcanza la cal de nuestra naturaleza, se genera un calor de pecado: así, "la ley se introdujo para que el pecado abundase."
Entonces, ¿por qué envió Dios la ley? Continuar leyendo...
Fuente: Charles H. Spurgeon http://www.spurgeon.com.mx/ - Allan Román
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