Muchos parecen olvidar que somos salvos y justificados siendo pecadores y, únicamente pecadores, y que nunca podemos serlo más de lo que ya somos, aunque lleguemos a la edad de Matusalén. Somos indudablemente pecadores redimidos, pecadores justificados y pecadores renovados, pero pecadores, pecadores y pecadores seremos siempre hasta el fin. No parecen comprender que hay una gran diferencia entre nuestra justificación y nuestra santificación. Nuestra justificación es una obra terminada y perfecta, no admite grados. En cambio, nuestra santificación es imperfecta e incompleta, y lo será hasta la última hora de nuestra vida. Parece que estos creyentes esperan que el creyente pueda, en algún periodo de su vida, ser libre de corrupción y lograr una especie de perfección interior. Y al no encontrar en sus corazones este estado angelical, llegan enseguida a la conclusión de que su estado no es bueno. Entonces siguen lamentándose todos los días, dominados por el temor de no tener arte ni parte con Cristo, y negándose a recibir consuelo.
Demos nuestra atención a este punto. Si algún alma creyente anhela seguridad y no la tiene, pregúntese, ante todo, si está bien seguro de que su fe es legítima, si sabe distinguir entre las cosas que son diferentes y si es totalmente claro en cuanto al tema de la justificación. Tiene que saber lo que es sencillamente creer y ser justificado por fe, antes de poder sentirse seguro.
En esta cuestión, como en muchas otras, la antigua herejía gálata (el error de creer que la salvación podía ganarse por medio de alguna fórmula legalista) es el origen más fértil del error, tanto en doctrina como en práctica. La gente debería buscar conceptos más claros de Cristo y de lo que Cristo ha hecho por ellos. Feliz el hombre que realmente comprende "la justificación por fe sin las obras de la ley".
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