Puede usted tratar de callarme diciendo: "Siento mucho más y pienso mucho más acerca de estas cosas, sí, mucho más de lo que muchos suponen". Contesto yo: "Ésta no es la cuestión. Las pobres almas perdidas en el infierno también lo hacen". La pregunta importante no es lo que usted piensa, ni lo que siente, sino lo que hace.
Usted puede decir: "Nunca hubo la intención de que todos los cristianos fueran santos. La santidad, como usted la ha descrito, es sólo para los grandes santos y las personas que tienen dones especiales". Contesto yo: "No veo eso en las Escrituras. Leo que cada uno que tiene esperanza en Cristo «se purifica a sí mismo»" (1 Jn. 3:3). "Sin santidad nadie verá al Señor".
Usted puede decir: "Es imposible ser santo y, a la misma vez, cumplir con nuestras obligaciones diarias; es imposible". Contesto yo: "Usted está equivocado. Sí se puede. Con Cristo de nuestro lado nada es imposible. Muchos lo han hecho. David, Abdías, Daniel y los siervos de la casa de Nerón, son ejemplos de que sí es posible".
Usted puede decir: "Si yo fuera santo sería diferente de otra gente". Contesto yo: "Lo sé. Es justamente lo que usted debiera ser. Los siervos auténticos de Cristo siempre son diferentes del mundo que los rodea -una nación distinta, un pueblo singular- ¡y usted debe serlo también si ha de ser salvo!"
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