II. El verdadero cristianismo es la batalla de la fe
Paso a lo segundo que quiero decir al tratar mi tema: El verdadero cristianismo es la batalla de la fe.
En este sentido la guerra cristiana es totalmente diferente de los conflictos de este mundo. No depende del brazo fuerte, del ojo avizor ni de los pies rápidos. No se libra con armas carnales, sino con las espirituales. La fe es el engranaje con el cual gira la victoria. El éxito depende enteramente de la fe.
(1) Fe en la verdad de la Palabra escrita de Dios
Una fe general en la verdad de la Palabra escrita de Dios es el primer fundamento del carácter del soldado cristiano. Es lo que es, hace lo que hace, piensa lo que piensa, actúa como actúa, tiene la esperanza que tiene y se comporta como se comporta por una sencilla razón: Cree en ciertas premisas reveladas y explicadas en las Sagradas Escrituras. "Es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan" (He. 11:6).
Una religión sin doctrina o dogma es algo de lo que a muchos les gusta hablar en la actualidad. Al principio parece bien. Se ve muy lindo a la distancia. Pero en el momento en que nos sentamos para examinarla una y otra vez, encontramos que es sencillamente imposible que tenga sustentabilidad. Es igual que hablar de un cuerpo sin huesos ni nervios. Nadie puede ser o hacer algo en la religión si no cree en algo. Aun los que profesan los miserables e incómodos conceptos de los deístas tienen que confesar que creen algo. Con todas sus burlas amargas contra la teología dogmática y la credulidad cristiana, como ellos la llaman, ellos mismos tienen algún tipo de fe.
En cuanto al verdadero cristiano, la fe es la columna vertebral de su existencia espiritual. Nadie lucha nunca con seriedad contra el mundo, la carne y el diablo, a menos que haya grabado en su corazón ciertos grandes principios en los que cree. Quizá casi ni sabe de qué se tratan y, de hecho, no podría dar una definición ni escribirlas. Pero allí están y, consciente o inconscientemente, forman las raíces de su fe cristiana. Dondequiera que veamos a un hombre, rico o pobre, letrado o iletrado, batallando virilmente con el pecado y tratando de vencerlo, podemos estar seguros de que hay ciertos principios en los que ese hombre cree. El poeta que escribió las famosas líneas:
dejad que discutan los fanáticos errados,
pues los que con su vida muestran estar
en lo correcto no pueden estar equivocados",
fue un hombre sagaz, pero mal teólogo. No hay tal cosa como estar en lo correcto, viviendo sin fe y sin algo en que creer.
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