(4) Si queremos crecer en santidad y ser más santificados, tenemos que seguir continuamente tal como empezamos, y seguir llevando nuevas solicitudes a Cristo sin cesar. Él es la Cabeza de la cual se tiene que suplir cada miembro (Ef. 4:15-16). Vivir la vida de una fe cotidiana en el Hijo de Dios y tomar de su plenitud cada día, la gracia y las fuerzas prometidas que tiene reservadas para pueblo, es el gran secreto de la santificación progresiva. Los cristianos que parecen siempre iguales, por lo general, están descuidando la comunión íntima con Jesús y, por ende, contristando al Espíritu. Aquel que oró: "Santifícalos", la noche antes de su crucifixión, está infinitamente dispuesto a ayudar a todo aquel que con fe solicita su ayuda y anhela ser santo.
(5) No esperemos demasiado de nuestros corazones aquí en la tierra. En el mejor de los casos, encontraremos todos los días razones para sentirnos humillados y descubrir cada hora que somos deudores, necesitados de misericordia y gracia. Cuanta más luz tengamos, más veremos nuestra propia imperfección. Éramos pecadores cuando empezamos, pecadores somos a medida que seguimos adelante, renovados, perdonados, justificados, pero aun así, pecadores hasta el último día. Nuestra perfección absoluta está por venir y el sentido de expectativa de obtenerla es una razón por la cual debiéramos ansiar el cielo.
(6) Por último, no nos avergoncemos nunca de darle importancia a la santificación y aspirar a lograr más y más santificación. Cuando algunos se conforman con lograr un grado lamentablemente inferior y otros no se avergüenzan de vivir sin nada de santidad contentándose con la mera costumbre de ir a la iglesia, pero sin avanzar nunca, como un caballo en una noria, mantengámonos firmes en las sendas antiguas, aspiremos nosotros mismos a tener más santidad y recomendémosla valientemente a otros. Esta es la única manera de ser realmente felices.
Estemos convencidos, no importa lo que otros digan, de que santidad es felicidad, y que el hombre que pasa por la vida con más paz es el hombre santificado. Sin duda que hay algunos cristianos de verdad que por enfermedad, problemas familiares u otras causas secretas, disfrutan de poca paz y siguen lamentándose todos los días mientras van rumbo al cielo. Por regla general, en el largo camino de la vida, encontraremos que es verdad que las personas "santificadas" son las más felices sobre la tierra. Tienen consuelos fehacientes que el mundo no puede dar ni quitar. "Sus caminos son caminos deleitosos". "Mucha paz tienen los que aman tu ley". Aquel que no puede mentir dijo: "Mi yugo es fácil, y ligera mi carga". Pero también está escrito: "No hay paz para los malos" (Pr. 3:17; Sal. 119:165; Mt. 11:30; Is. 48:22).
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