"Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia", Colosenses 1:24
Nosotros hacemos de nuestra consagración espiritual un llamamiento. Pero cuando llegamos al punto de
andar bien con Dios, Él echa todo a un lado y nos administra un dolor terrible para asegurar nuestra
atención en algo que nunca soñamos, podría ser su llamamiento. Y por un momento resplandeciente
vemos su propósito y decimos: "Heme aquí, envíame a mí", Isaías 6:8.
Este llamamiento no tiene nada que ver con la santificación personal, sino con volvernos pan partido y
vino derramado. Pero Dios nunca podrá convertirnos en vino si le ponemos objeciones a los dedos que Él
utiliza para exprimirnos. Decimos: "¡Si Dios pusiera su mano sobre mí de una manera especial para
volverme pan partido y vino derramado!” Sin embargo, nos negamos a que Él utilice como exprimidor a
alguien que nos desagrada, o a ciertas circunstancias sobre las cuales dijimos que jamás nos
someteríamos. Nunca debemos tratar de elegir el escenario de nuestro propio martirio. Si nos vamos a
convertir en vino, tendremos que ser exprimidos. Las uvas no se pueden beber y sólo se vuelven vino
cuando se trituran.
Quién sabe cuál dedo, cuál pulgar ha estado usando Dios para exprimirte. ¿Has sido tan duro como el
mármol y te has escapado? Entonces, todavía no estás maduro y si Dios te hubiera exprimido así, el vino
sería notoriamente amargo. Ser una persona santa significa que los elementos de nuestra vida natural
experimentan la presencia de Dios mientras Él los quebranta providencialmente para su servicio.
Debemos ser colocados en Él y amoldados a su forma, antes de que podamos ser pan partido en sus
manos. Mantén una correcta comunión con Dios y déjalo hacer lo que quiera. Así verás que está
produciendo la clase de pan y vino que beneficiará a sus otros hijos.
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