"Entonces Jesús les dijo otra vez: Como me envió el Padre, así también yo os envió", Juan 20:21
Un misionero es alguien enviado por Jesucristo, así como Él fue enviado por Dios. El gran factor
predominante no son las necesidades de la gente, sino el mandamiento de Jesús. La fuente de inspiración
para servir a Dios está detrás de nosotros, no adelante. Actualmente somos propensos a colocar primero la inspiración y a retirar todo lo que tenemos al frente adaptándolo a nuestra definición de éxito. Pero en el
Nuevo Testamento la inspiración aparece detrás de nosotros y es el mismo Señor Jesús. El ideal es serle
fiel llevando a cabo sus planes.
La unión personal al Señor Jesús y a su perspectiva, es lo único que no debemos descuidar. En la obra
misionera el gran peligro consiste en que reemplacemos el llamamiento divino por las necesidades de las
personas, hasta el punto de que la compasión humana aplasta por completo el significado de ser enviado
por Jesús. Las necesidades son tan enormes y las condiciones tan difíciles, que todos los poderes de la
mente vacilan y fallan. Somos dados a olvidar que la única gran razón detrás de la obra misionera no es
primeramente el ascenso de la gente, su educación, ni sus necesidades, sino ante todo, el mandamiento de
Jesucristo: "Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones", Mateo 28:19.
Al mirar la vida de hombres y mujeres de Dios del pasado, tenemos la tendencia a decir: "¡Que sabiduría
tan maravillosa y aguda tuvieron y de qué manera tan perfecta comprendieron todo lo que Dios quería!”
Pero detrás de ellos estaba la mente aguda de Dios, nunca la sabiduría de los hombres. Le damos crédito a
la sabiduría humana cuando deberíamos dárselo a Dios, quien usa a personas sencillas y lo bastante necias
como para confiar en la sabiduría y provisión sobrenatural de Él.
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