"De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es: las cosas viejas pasaron; todas son hechas nuevas", 2 Corintios 5:17
El Señor nunca tolera nuestros prejuicios; se opone decididamente a ellos y los hace morir. Creemos que
Dios tiene un interés especial en nuestros prejuicios particulares. Estamos bien seguros de que nunca
tratará con nosotros como tiene que hacerlo con las otras personas. Incluso nos decimos a nosotros
mismos: "Dios debe tratar con los demás de una manera muy estricta, pero naturalmente Él sabe que mis
prejuicios son correctos". ¡Debemos aprender que Dios no los acepta en lo más mínimo! En lugar de estar
a favor de nuestros prejuicios, nos está limpiando de ellos de manera deliberada. Parte de nuestra
educación moral consiste en ver morir nuestros prejuicios por el poder de Dios y observar el modo en que
Él lo hace. Dios no honra nada de lo que le traemos y lo único que quiere de nosotros es la rendición
incondicional.
Cuando nacemos de nuevo, lo que en realidad sucede es que el Espíritu Santo empieza el proceso de su
nueva creación en nosotros, hasta que no quede nada de la vida vieja. Desaparecen nuestra antigua y triste
perspectiva y la vieja actitud hacia lo material, "porque todo esto proviene de Dios", 2 Corintios 5:18.
¿Cómo vamos a obtener una vida sin ninguna concupiscencia, sin intereses personales y que no sea
susceptible a las burlas de los demás? ¿Cómo conseguiremos la clase de amor que es benigno, que no
hace nada indebido y que no busca lo suyo? La única manera es que no conservemos nada de la vida vieja
y que tengamos una sencilla y perfecta confianza en Dios. Una confianza tal que ya no deseemos más sus
bendiciones, sino sólo a Él mismo. ¿Hemos llegado a un punto en el que Dios puede retirarnos sus
bendiciones sin que nuestra confianza en Él se afecte? Una vez que veamos a Dios en acción, nunca nos
preocuparemos por lo que suceda, porque realmente estaremos confiados en nuestro Padre Celestial a
quien el mundo no puede ver.
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