"No tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado", Hebreos 4:15
Mientras no hayamos nacido de nuevo, la única clase de tentación que entendemos es la que se menciona
en Santiago 1:14: "Cada uno es tentado, cuando de su propia pasión es atraído y seducido". Pero, por la
regeneración se nos levanta a un reino diferente en el cual enfrentamos otras tentaciones, esto es, las que
encaró nuestro Señor. Las tentaciones de Jesús no nos atraen mientras somos inconversos, porque no
están de acuerdo con nuestra naturaleza humana. Sus tentaciones y las nuestras se mueven en esferas
diferentes, hasta cuando nacemos de nuevo y llegamos a ser sus hermanos. Las tentaciones de nuestro
Señor no son las de un hombre, sino las de Dios como hombre. Mediante la regeneración el Hijo de Dios
se forma en nosotros y en nuestra vida física Él tiene el mismo entorno que tuvo en la tierra. Satanás no
nos tienta simplemente para que hagamos cosas malas; lo hace para que perdamos eso que Dios nos ha
infundido por medio de la regeneración, es decir, la posibilidad de ser útiles para Él. Satanás no solo se
presenta en el sentido de tentarnos a pecar, sino en el de cambiar nuestro punto de vista y el único que
puede identificar esto como una de sus tentaciones es el Espíritu de Dios.
La tentación implica que un poder ajeno a nosotros pone a prueba lo que poseemos en nuestra
personalidad, lo cual hace comprensible la tentación de nuestro Señor. Después de su bautismo Él aceptó
la misión de quitar el pecado del mundo (Juan 1:29) y, de inmediato, el Espíritu de Dios lo puso en la
máquina probadora del diablo. Pero Él no se dio por vencido y pasó por la tentación sin pecado,
reteniendo completamente intactas las posesiones de su naturaleza espiritual.
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