"Para que también... la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos", 2 Corintios 4:10
Debemos desarrollar hábitos piadosos que expresen lo que la gracia de Dios ha hecho en nosotros. No se
trata de que Él nos salvó del infierno, sino de que fuimos salvos para que la vida de Jesús se manifieste en
nuestros cuerpos. Y es la adversidad lo que nos conduce a mostrar Su vida en nuestra carne mortal. ¿Muestra
mi vida la dulzura inherente al Hijo de Dios, o sólo la irritación propia de la naturaleza de mi "yo"
separado de Él? Lo único que hará posible que yo disfrute de la adversidad es el deseo intenso de
permitir que la vida del Hijo de Dios se manifieste en mí. No importa lo difícil que algo me resulte, yo
debo decir: "Señor, me deleito en obedecerte en esto". Inmediatamente el Hijo de Dios se ubicará en el
primer plano y en mi vida humana se manifestará lo que glorifica a Jesús.
No debes discutir. En el instante que obedeces la luz de Dios, Jesús brilla en ti en ese punto en particular.
Pero si discutes con Él, entristeces al Espíritu (ver Efesios 4:30). Debes mantenerte dispuesto para que la
vida del Hijo de Dios se manifieste en ti. Pero no puedes conservar esta disposición si le das cabida a la
autocompasión. Nuestras circunstancias son el medio que Dios usa para revelar de manera maravillosa
cuan perfecto y extraordinariamente puro es su Hijo. Lo que debe hacer latir nuestro corazón con un
entusiasmo renovado es el descubrimiento de una nueva manera de manifestar al Hijo de Dios. Una cosa
es elegir lo desagradable y otra muy diferente participar en ello porque Dios lo ha planeado y dirigido así.
Y si Dios te pone allí, Él es ampliamente suficiente y "suplirá todo lo que os falta", Filipenses 4:19.
Mantén tu alma dispuesta para que se manifieste la vida del Hijo de Dios. Nunca vivas de los recuerdos
de experiencias pasadas, sino deja que la Palabra de Dios siempre esté viva y activa en ti.
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