"Con Cristo estoy juntamente crucificado...", Gálatas 2:20
Para estar unida a Jesucristo, una persona tiene que estar dispuesta no sólo a renunciar al pecado, sino a
toda su manera de ver las cosas. Ser nacido de nuevo por el Espíritu de Dios significa que debemos soltar
antes de que podamos sujetar algo más. En las primeras etapas lo primero que debemos abandonar es toda
pretensión y fingimiento. Lo que nuestro Señor quiere que le presentemos no es nuestra bondad, nuestra
honestidad o nuestros esfuerzos por hacer lo mejor, sino el pecado real y cabal. En verdad, eso es lo único
que Él puede tomar de nosotros. Y lo que nos da a cambio por nuestro pecado es justicia real y cabal.
Pero debemos abandonar toda pretensión de ser algo y todo reclamo de que merecemos consideración por
parte de Dios.
Después el Espíritu de Dios nos mostrará qué más necesitamos abandonar. En todas las etapas de este
proceso de entrega vamos a tener que renunciar a nuestra pretensión de que tenemos derecho sobre nosotros mismos. ¿Estamos dispuestos a renunciar al control sobre todo lo que poseemos, sobre nuestros
deseos y todo lo demás en nuestra vida? ¿Queremos identificarnos con la muerte de Jesucristo?
Antes de rendirnos completamente, siempre sufrimos una aguda y penosa desilusión. Cuando un ser
humano se ve a sí mismo como realmente lo ve el Señor, lo que realmente lo impresiona no son los
abominables pecados de la carne, sino la horrible naturaleza del orgullo de su propio corazón que se
opone a Jesucristo. Cuando se mira a la luz del Señor, la vergüenza, el horror y una agobiante convicción
lo afectan profundamente.
Si en este momento te estás enfrentando a la pregunta de si te rindes o no, toma la determinación de
atravesar la crisis, entrégalo todo y Dios te hará apto para todo lo que exige de ti.
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