"Y salió sin saber a dónde iba", Hebreos 11:8
En el Antiguo Testamento, la relación de una persona con Dios se manifestaba por una separación. En la
vida de Abraham la vemos simbolizada por medio de la separación de su país y su parentela. Hoy, la
separación es más de tipo mental y moral: Nos apartamos de la perspectiva que tienen nuestros seres
queridos, si no tienen una relación personal con Dios. Jesucristo enfatizó este punto en Lucas 14:26.
Vivir una vida de fe implica no saber nunca hacia dónde te está guiando Él. Pero también significa amar y
conocer a Aquel que te guía. Literalmente es una vida de fe, no de intelecto y razón, sino de conocer a
quien nos hace "ir". La fe está fundamentada en el conocimiento de una persona. Pero una de las trampas
más grandes en las que podemos caer es creer que si tenemos fe, Dios de seguro nos llevará a tener éxito en el
mundo.
La jornada final en la vida de fe es la adquisición de carácter, el cual sufre muchas transformaciones
pasajeras. Cuando oramos, sentimos que la presencia de Dios nos envuelve y cambiamos
momentáneamente. Luego regresamos a los días ordinarios y a los caminos de siempre y la gloria se
desvanece. La vida de fe no consiste en una sucesión ininterrumpida de experiencias gloriosas, como si
nos eleváramos con alas. Es una vida de perseverancia día tras día, de caminar y no fatigarse (ver Isaías
40:31). No es un asunto de santificación, sino de algo que va muchísimo más lejos. Es una fe que ha sido
probada y ha soportado la prueba. Abraham no es un modelo de la santificación, sino de la vida de fe, fe
probada cuyo fundamento es el Dios verdadero. Abraham le creyó a Dios (Romanos 4:3).
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