"Tomaron a cierto Simón de Cirene, que venía del campo, y le pusieron encima la cruz", Lucas 23:26
Nuestra obediencia a Dios les cuesta más a otras personas que a nosotros, y es ahí donde comienza el
dolor. Si amamos a nuestro Señor, la obediencia no nos cuesta nada y, por el contrario, es un deleite. Pero
les cuesta mucho a quienes no lo aman. Ya que obedecer a Dios trastorna los planes de otras personas,
ellas se burlarán de nosotros, diciendo: "¿A esto le llamas cristianismo?" Podemos evitar el sufrimiento,
pero no si vamos a obedecer a Dios. Debemos dejar que se pague el precio.
Cuando nuestra obediencia empieza a costarles a otros un precio, nuestro orgullo humano se atrinchera
y decimos: "Jamás aceptaré nada de nadie". Pero debemos hacerlo, o desobedeceremos a Dios. No
tenemos ningún derecho a pensar que las relaciones que tenemos con otras personas deberían ser de una
clase diferente de las que el mismo Señor mantuvo (ver Lucas 8:1-3).
El estancamiento en la vida espiritual se presenta cuando decimos que sólo nosotros vamos a sufrir todas
las consecuencias. Y realmente no podemos. Por estar muy involucrados en los propósitos universales de
Dios, otros se afectan de inmediato cuando lo obedecemos a Él. ¿Vamos a permanecer fieles en nuestra
obediencia a Dios y estaremos dispuestos a sufrir la humillación porque rehusamos ser independientes?
¿O tomaremos la actitud opuesta, declarando que "no haremos sufrir a otras personas"? Podemos escoger
desobedecer a Dios, lo cual aliviará enseguida la situación, pero contristaremos a nuestro Señor. Mientras
que, si lo obedecemos, Él cuidará de aquellos que han sufrido las consecuencias de nuestra obediencia.
Simplemente debemos obedecer, y dejarle todas las consecuencias a Él. Guárdate de la tendencia a darle
órdenes a Dios con respecto a lo que tú permitirás que suceda, si lo obedeces.
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