Enfermedad mía es esta; traeré, pues, a la memoria los años de la diestra del Altísimo. Salmos 77:10
Aquí tenemos a un hombre que está intentando ser realmente honesto. Dice: “He analizado mi situación; he intentado la oración durante toda la noche. En el pasado he recibido ayuda, pero ahora no he recibido ninguna ayuda. Dios hizo que mi corazón cantase en el pasado, pero ahora está vacío, desprovisto y desalentado. ¿Por qué es esto? He pensado en ello; he examinado mi propia vida, mi propio corazón, y me he hecho estas preguntas, pero no puedo contestarlas. Mi conclusión debe de ser que he juzgado a Dios equivocadamente. Yo me creía que Dios nunca cambiaba, que Él siempre respondería cada vez que yo viniese a Él, pero no lo ha hecho. Por lo tanto, he llegado a la conclusión irresistible que Él es como un hombre y no se puede contar con Él”. Este salmista se está enfrentando con la posibilidad de perder su fe. Todo aquello en lo que había confiado con anterioridad, que había sido un enorme consuelo para él, que le había fortalecido y le había dado el carácter y el poder entre los hombres, da la impresión de no ser nada más que un fundamento que se desmorona y que desaparece rápidamente. No tardará en perder todo aquello a lo que se había venido aferrando en el pasado. Este es el “día de su angustia” y de su actual aflicción. ¿No es este el problema oculto en muchos de nosotros? Yo he perdido la cuenta de las veces que las personas me han llamado y me han dicho: “Ya no sé qué hacer. He intentado la oración, he intentado leer mi Biblia, he intentado pensar en serio, pero nada parece ayudarme. Ya no sé qué hacer. ¿Qué es lo que me está pasando?”. La aparente falta de respuesta de Dios no es algo extraordinario. Todos los santos de Dios han experimentado esto de vez en cuando. Esto forma parte del programa habitual de Dios para disciplinar y adiestrar a los Suyos. “No os ha sobrevenido ninguna prueba que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser probados más de lo que podéis resistir” (1 Corintios 10:13a). La fidelidad de Dios aparece deliberadamente en contraste con la afirmación: “No os ha sobrevenido ninguna prueba que no sea humana”, porque cada uno de nosotros tenemos tendencia a pensar que lo que nos está sucediendo es único. Pero muchos han tenido tentaciones por el estilo si están intentando vivir la vida de fe. El profeta Isaías declara el motivo por el que esto es cierto, revelando lo que dice Dios: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos ni vuestros caminos mis caminos” (Isaías 55:8). Es decir que lo que está diciendo Dios es: “Mi razón está por encima de la vuestra. Vosotros entendéis tan poco sobre la vida en comparación con lo que yo veo en ella. Mis pensamientos no son vuestros pensamientos”; por lo tanto, podéis esperar que habrá ocasiones en las que no entenderéis y os sentiréis perplejos. Sus pensamientos son más elevados que los nuestros, de la misma manera que los cielos están por encima de la tierra, tanto más grande es Su visión de lo que es la realidad. Así que, si estamos limitados a la diminuta sección de la vida que podemos captar con nuestro diminuto entendimiento, es de esperar que habrá ocasiones en las que no entendamos lo que está haciendo Dios. Así que no os inquietéis cuando lleguen esos tiempos de perplejidad. Son experiencias normales con las que todos nos encontramos en la vida de fe.
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Aplicación a la vida |
Cuando disminuye nuestra confianza en Dios, el objeto de nuestra fe, nuestra fe se debilita. ¿Hemos comprendido nosotros la necesidad de volver a centrar nuestra atención en el carácter de Dios revelado en Cristo Jesús? |
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