La vida de un árbol comienza cuando el agua riega una semilla. Del mismo modo, la vida del cristiano inicia en el momento en que el Evangelio remueve un corazón endurecido. Luego, continúa hasta el mismo instante cuando Dios llama a Su amado a casa. Aunque esos dos momentos -la regeneración y la glorificación- pueden estar separados por días o décadas, todo lo que hay entre ellos es el crecimiento lento y constante que constituye la vida del creyente. El reto del cristiano a lo largo de toda su vida es “ocuparse de su propia salvación con temor y temblor”, descubrir y aplicar los medios de crecimiento espiritual para conformarse cada vez más a la imagen de Jesucristo (Filipenses 2:12, Romanos 8:29).
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